La nueva oleada de violencia en Oriente Próximo confirma que hay un conflicto latente con dos partes diferenciadas. El otro día vi en internet la noticia de que facciones próximas a Hamás tiraban cientos de misiles a Israel. Hamás, que es fruto de la radicalización y el hartazgo de la población palestina respeto a Al Fatah, no es tan ingenua como para pensar que estos ataques no tendrían respuesta. Y, efectivamente, los bombardeos israelís han dejado ya cientos de muertos, aunque Israel dice que son todos militares. La resolución del conflicto tendrá que esperar, pues es imposible negociar entre tanto odio. El pueblo israelí, motivado por su propia desgracia en la segunda guerra mundial, no paró hasta formar su propio Estado amparado por la comunidad internacional. Un estado democrático que elige a sus gobernantes y donde hay relativa libertad, si no fuera por el reclutamiento forzoso de ciudadanos para el Ejército. La comunidad internacional, generalmente, apoya a Israel, dado que hay muchos grupos judíos integrados en los círculos de poder de EEUU y la UE. Pero la solución no llegará sin concesiones por ambas partes. Hamás debe dejar de bombardear Israel, y estos deben abandonar Gaza y Cisjordania. Jerusalén, además, debe ser la capital de ambos estados. No se debe olvidar el papel que los cristianos juegan en la ciudad, lo que introduce un tercer elemento de discordia. Así pues, Jerusalén debería estar controlada por la Administración palestina, la israelí y la UE. El reparto puede ser geográfico o por zonas de influencia. No sería la primera vez que una ciudad se declara internacional. Esto es la base para futuras negociaciones.

P. Gómez **

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