Desde que salieron ustedes a la calle [se refiere a el Periódico de Plasencia], José tuvo el detalle de guardarme el periódico sin conocerme ni ser yo habitual de comprar cupones de la Once. Eso hizo, que todas las mañanas, al ir a mi trabajo en la calle Talavera, nos saludáramos y siempre coincidía con otras personas que esperaban a su vez que terminara con sus clientes para darnos el periódico.

Los que trabajamos cara al público sabemos que siempre hay una persona que te va a amargar el día. Y lo que más fastidia es que si hay una queja, sea escuchada antes que las alabanzas. Por desgracia, no estamos acostumbrados a que nos agradezcan o alaben en el trabajo, ya no los jefes, sino tus compañeros o clientes. Hay una oficina de quejas, pero no existe otra de gratificaciones. Hay hojas de reclamaciones, pero no de satisfacciones.

En fin, con este email, pretendo alabar al señor José Párraga, vendedor de la Once en la plaza, esquina con la calle Talavera, al que le agradezco que me diera el periódico tantos días sin que yo le comprara un cupón a cambio.