El Tour del centenario se inicia esta tarde en París con todos los honores que merece una de las manifestaciones deportivas más importantes del mundo. Para llegar a este aniversario, la ronda francesa ha tenido que superar no pocas dificultades, pero es un hecho indiscutible que no alcanza los 100 años con los achaques propios de esa edad, sino con una vitalidad y un vigor impresionantes. Superada ya la última gran crisis, el escándalo del dopaje de 1998, que estuvo a punto de herir de muerte la carrera, el Tour ha renacido. Ni el dopaje ni polémicas como la desatada ayer por un acuerdo de la dirección de la carrera con Batasuna empequeñecen su grandeza. El Tour es todo un negocio, un despliegue publicitario y mediático que congrega a centenares de miles de personas en las carreteras francesas y a millones ante los televisores de todo el mundo, pero que conserva el valor del esfuerzo y del sacrificio propios de un deporte tan duro como el ciclismo. Por eso es tan grave que ese derroche se adultere con la mancha del dopaje. Y, aunque lo ocurrido hace cinco años no parece que pueda repetirse, la vigilancia no debe cesar porque la tentación no ha desaparecido, como lo demuestra el caso Rumsas, ocurrido el año pasado.