Sí, es verdad, probablemente ni siquiera el mismo Pedro Sánchez, que como el ave fénix resurgió de entre sus cenizas, imaginaba hace un par de semanas que sería presidente del Gobierno. También es cierto que el panorama que tiene por delante es complejo y que, con sólo 84 diputados en el Congreso, tendrá que hacer muchos equilibrios. Sin embargo, habrá un antes y un después de esta moción de censura y creo que más allá de lo que vaya a pasar a partir de ahora, tenemos que sacar algunas lecciones aprendidas.

Primera lección. Por primera vez en nuestra democracia una moción de censura constructiva, que implica no sólo retirar la confianza al presidente actual sino investir a uno nuevo (para que no se produzca un vacío de poder), prospera. Que una sentencia judicial, con hechos probatorios, califique al partido que gobierna como beneficiario de un sistema de corrupción institucionalizado, era motivo más que suficiente para presentarla; y que haya prosperado quiere decir que los mecanismos de control y rendición de cuentas han funcionado. En esta ocasión, además tiene especial relevancia puesto que el partido que registró dicha moción no tenía mayoría en el Congreso y siete partidos más, de distintos colores políticos, la han apoyado. Es, por tanto, un triunfo de nuestro régimen democrático.

Segunda lección. De nuevo se pone de manifiesto el peso e influencia que tienen los partidos nacionalistas en nuestro sistema político. Me estoy refiriendo a la actuación del PNV; hace dos semanas su apoyo al gobierno se volvía clave para aprobar los Presupuestos Generales del Estado, y la pasada semana ocurría lo mismo, pero esta vez para tumbarlo. En uno y otro caso han aludido a una cuestión de «responsabilidad» (sin especificar de qué tipo). Pero una reflexión sobre lo sucedido debe llevar a replantearnos seriamente la reforma de nuestro sistema electoral, que actualmente beneficia a los partidos mayoritarios en cada circunscripción, y que ha conferido a los partidos nacionalistas el rol de partidos bisagras. Se viene pidiendo, por parte de algunas fuerzas políticas, una mayor proporcionalidad a nuestro sistema electoral.

Tercera lección. Lo que ha pasado de alguna manera ayuda a dignificar la política. De la indignación, los ciudadanos hemos pasado a la resignación, habida cuenta la inmunidad de la que gozan los políticos. Desde hace algún tiempo la ciudadanía española viene considerando a «los políticos» como uno de los principales problemas de este país. Hacer un mal uso de los fondos públicos o abusar del poder público debe tener consecuencias judiciales pero también políticas. Estamos acostumbrados a que nuestros políticos mezclen ambas y nos confundan. Pero el éxito de la moción de censura ha resquebrajado la impunidad política. «The party is over», sabemos que no estarán los más virtuosos, pero al menos queremos tener garantías de que serán responsables de sus actos.

Lección cuarta. Se acabó la época del rodillo y de mayorías absolutas. Tenemos un sistema parlamentario, y nuestros partidos políticos deben aprender a dialogar, a discutir (escuchándose unos a otros) y a buscar consensos. Invito a nuestros representantes a que reflexionen seriamente sobre el manoseado concepto del «interés general» (por encima del particular o partidista). Y recuerden que el consenso debería ser no sólo político sino también social. Necesitamos construir pactos sociales sostenidos, estamos ávidos de ellos: educación, sanidad, pensiones… y por supuesto también territoriales.

He escuchado a Pedro Sánchez hablar de «humildad», de «entrega», de «determinación». Señor Sánchez, ha acabado siendo presidente sin ganar unas elecciones. Ponemos el contador a cero. Recuerde, no es un cheque en blanco. Al resto de partidos políticos que han apoyado la moción de censura, les pido responsabilidad y mesura. Al que no la apoyó, coherencia. Y al que perdió, que no olvide que las instituciones, más allá de las personas, importan.