Durante las últimas semanas ha hecho fortuna entre los españoles la frase de que un litro de leche va a terminar costando lo mismo que un litro de gasolina. Más que una frase pegadiza es un aviso directo al consumidor, y un anticipo de que el efecto final de este incremento acabará reflejándose en el principal indicador de la inflación, el IPC. Que la comparación sea tentadora, no obstante, no debería ocultar, de entrada, que se trata de dos realidades distintas. En un litro de gasolina hay un 70% de impuestos estatales, coordinados por la Unión Europea (UE). En un litro de leche están ocultas las numerosas subvenciones a la agricultura y ganadería que ha ido acumulando la poco transparente política agraria comunitaria.

Pero con independencia del distinto origen de los precios, en la fijación de ambos estamos, no obstante, ante un fracaso de las políticas públicas. Siempre se ha entendido por materias primas las de su más difícil extracción, petróleo y minerales. Pero también hay otras, los cultivos. Y son estos los protagonistas de la preocupación en cadena de gobiernos, productores y consumidores. También se dibuja una cadena, más incierta y dudosa, que señala el encarecimiento de los precios de la leche, la carne de vacuno, porcino y pollo --y de pasada, los huevos-- ante una nueva competencia por hacerse con el control del precio mayorista de los cultivos de oleaginosas y cereales. Los primeros son habituales en América (EEUU y Brasil) para fabricar bioetanol; los segundos, en Europa (Francia y Alemania) para fabricar biodiésel.

Los biocarburantes han aparecido, sin ninguna duda de forma interesada, como alternativa a los combustibles fósiles, pese a que el gasto energético que emplean sus centrales para producirlos también es insostenible. Y se han presentado en forma de dilema: hay que sembrar para alimentar a personas y animales, pero también a coches. Sobre esta duda se añade otra de mayor calado: la denuncia de que la política ultraintervencionista agraria y ganadera de la UE ha llevado a esta nueva distorsión. Las explicaciones más serenas exigen tener en cuenta, además, fenómenos tan tradicionales como la pérdida de cosechas en grandes países productores de grano a causa de la sequía, y otros de más reciente aparición como el auge de nuevas sociedades consumidoras que copian los modelos occidentales de consumo, como China y la India, a donde van a parar buena parte de las cosechas americanas y europeas.

Sería sarcástico que la burocracia comunitaria, después de tantos años de practicar una política intervencionista en el sector, se mostrara ahora incapaz de detectar y sancionar a los que aprovechan ese nuevo marco para especular y obtener pingües beneficios, a costa de poner en peligro un factor clave en la estabilidad económica, como es la inflación, y más a lo menudo el equilibrio financiero de muchos ciudadanos, que viven ya suficientemente atosigados con el alza de las hipotecas.