En este periodo preelectoral los regidores de muchas poblaciones reciben el sobrenombre de alcaldes-viagra , porque todo lo levantan. Lo que durante los años de mandato anteriores les pasaba desapercibido, o no importaba su estado, se convierte de repente en prioritario y urgente. La fiebre de las obras o quimera del asfalto ha llegado.

Vivimos en periodo de obras electorales, para las que existen normas que afectan a la seguridad de bienes y personas, las cuales deben dormir el sueño de los justos en el último cajón del último despacho del ayuntamiento, porque lo cierto es que la ciudad funciona con una doble vida: la ideal que para lucimiento figura en las ordenanzas y la real que soportan los ciudadanos.

Da igual que el hecho consista en abrir una zanja, que la obra sea pública o privada, necesaria o caprichosa, para que no se adopten las medidas oportunas para garantizar el paso de peatones, la seguridad de los viandantes, la correcta señalización para vehículos. La imagen en algunos puntos de la ciudad es dantesca; la prisa y la improvisación evidentes.

Aceras cortadas por vallas que invaden incluso la calzada, sin paso alternativo para los peatones y sin señalización reflectante para los vehículos, como ocurrió en la calle Pontezuelas, con la obra del Museo Abierto de Mérida. Zanjas profundas sin elementos de contención y seguridad para inmuebles próximos. Aislamiento de zonas de negocios que aparecen sitiados por martillos perforadores, pitidos de maquinaria pesada y nubes de polvo. Vehículos que quedan atrapados y vecinos que tienen que aparcar en los confines de la barriada. Y cuando hay una queja todo lo arreglan diciendo que hay informes que aseguran que todo está bien. Claro que esto mismo exclaman ya muchos vecinos: ¡que ya está bien!

Se levantan calles que están en mejores condiciones que otras que no se tocan, para volver a taparlas sin que lo que hay debajo de ellas haya cambiado o mejorado. Señales que te avisan de la obra cuando ya estás encima de ella, zanjas tapadas provisionalmente con tierra que se vuelven eternas cicatrices en la calzada, un obrero que no sabes si dirige el tráfico o está bailando la conga. Y todo esto ocurre al mismo tiempo en prácticamente toda la ciudad, y en cada obra a su manera.

Aquí se redactan muchas normas para acallar conciencias, para tener la tranquilidad de estar cubierto ante todo, para decir que tenemos una ordenanza que regula tal o cual cosa, y piensan los que así hablan ante el micrófono que con esto ya está todo resuelto, como si las normas tuvieran vida propia y se encargaran ellas mismas de hacerse cumplir.

Sucede que hay que gastar para que parezca que los ciudadanos son lo importante. Pero lo cierto es que lo único que se persigue es lavarle la cara a la ciudad al más puro estilo mister Marshall, pero no para recibir la visita de aquel señor, sino de otro más rentable cual es mister DIOnt, más conocido como mister elecciones.

*Exgerente de Urbanismo de Mérida