La decisión del Banco Central Europeo (BCE) de reducir al 0,5% su tipo de interés oficial es una buena noticia. Algunos consideran que llega con un semestre de retraso y que si se hubiera tomado antes nos habríamos ahorrado el repunte de la recesión en los dos últimos trimestres. Con todo, es necesario contener la euforia por motivos diversos. En primer lugar, los expertos consideran que la alteración del precio del dinero por parte de los bancos emisores tarda aproximadamente un año en revertir en la economía real. Quiere ello decir que la traslación de la tendencia bajista a los tipos que aplica la banca comercial no será inmediata.

En segundo lugar, hay que resaltar que esta decisión no supone un cambio de posición ni de política monetaria del BCE ni de su principal accionista, que es Alemania. La política monetaria germánica está condicionada desde los años 30 del siglo pasado por dos vectores: la inflación y el paro. Alemania consiente esta expansión porque la inflación ha llegado al 1,2% y supone el riesgo que se dispare el paro. La ortodoxia es, pues, la de siempre. Pero ahora el ciclo se invierte.

Y en tercer lugar, esta rebaja no garantiza que el crédito vuelva a fluir. La restricción de los dos últimos años no proviene ni de la escasez ni del precio del dinero en origen sino del exceso de riesgo. Los bancos cobran más caro el dinero por miedo a no recuperarlo. El BCE hace lo que debe según su mandato, pero lo que no está claro es que sea suficiente si no cambian las reglas. Falta confianza.