XLxa pena es que por culpa de uno de esos extraños que hace la memoria, no sé ahora si la vi en el Capitol o en el cine de mi pueblo. Entonces la vida era el cine y poco más. Y si no que se lo pregunten a Cabrera Infante (La Habana para un infante difunto ).

Era un boxeador retirado que andaba entre una rubia y palomas en una terraza, y que le puso los puños a la dura trama de la mafia sindical, que dominaba a los estibadores del puerto de Nueva York.

Ha estado asombrándonos, intermitente, a lo largo de nuestra vida. El cine. Nostalgia herida de adolescencia y juventud. El Norba, el Astoria, el Bretón o el Taramona. Aprendíamos asombrados cómo eran la muerte, el amor y la guerra desde la penumbra de una butaca de terciopelo o desde los bancos de madera del humilde cine rural. Todo hoy polvo, ceniza, memoria y nada. Aquellas películas españolas del rancio e insoportable folclore andaluz; y aquellas otras, también nuestras, de magnífico y estupendo cine negro. (Jorge Mistral, Virgilio Teixeira, Antonio Vico, Alfredo Mayo... ). No las olvido. Eran películas de escasísimos medios, pero con una factura impagable. (Romero Marchen, Iquino, Forqué, Mur Otí... ).

Ya quisieran estos ahuevados cineastas de hoy, con sus soporíferos traumas psicológicos y sus problemas "al otro lado de la cama", sin haberse bailado nunca un tango ni en París.

No. No quiero decir que cualquier tiempo cinematográfico pasado fuera mejor; pero los hechos cantan.

¿Qué es del cine italiano hoy? ¿Dónde están Damiani, Passolini, Fellini, De Sica, Antonioni, Scola o Gassman, Manfredi, Tognazzi, Sordi y demás? En ningún sitio. No hay cine italiano.

¿Y el cacareado cine español? Ese que quieren que veamos como sea, incluso encareciendo la entrada para ver películas extranjeras. De cada diez películas que hacen estos listos, nueve van directamente a la basura; pero eso sí, ya han cobrado la subvención correspondiente. Entre peñazos insufribles y guarrerías de frustrados sexuales estamos aviados.

Sin embargo, ahí estaba ese boxeador perdedor de rostro impenetrable, que con un simple parpadeo te decía más que toda esta patulea de fenómenos, que necesitan meterse en política para que les vuelvan a rellenar el pesebre.

¡Perdone usted! No he dicho todos, que conste en acta. Cuando veo una película española buena, o que a mí así me lo parezca, disfruto del cine ocho veces más que con cualquier otra allende de los Pirineos o la már océana.

¿Por qué con cuatro perras hacían aquel cine negro de polis y asesinos, tan estupendo, en los cincuenta y hoy, repito, de cada diez malamente se salva una? Si Mortadelo y Filemón es la película española más taquillera, yo me la envaino y no sigo.

En el fondo de la selva y del horror, el coronel Kurt nos mira desde la penumbra y se deshace en juicios, crímenes, hijos malcriados y una obesidad cruel que lo lleva a la tumba. Qué tío, qué cine el de nuestros (vuestros) detestados americanos.

Le dedico esta triste y amarga prosa a los hermanos Re (Re. Bross. ) (Remedios y Rebollo ), que mantienen viva la llama de los cinéfilos cacereños ¡Que viva Zapata !

*Profesor