Esta semana el foco de la sociedad y los medios ha estado puesto en el Congreso de los Diputados, se debatía la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia y el debate en la calle estaba en cada esquina, todos y cada uno de nosotros generamos una opinión, es una ley, una cuestión que apela directamente a la concepción más intima del individuo, de su ser, de su libertad más profunda, es una ley que genera un derecho, supone el derecho a decidir sobre uno mismo en las condiciones más extremas; es una ley cuyo principal objetivo es regular el derecho individual subjetivo de las personas que, sin estar en un proceso abocado a una muerte inminente, sufren una enfermedad grave, crónica o invalidante que produce sufrimiento insoportable, deciden solicitar y recibir la ayuda para morir anticipadamente, una ley que aporta seguridad jurídica a los profesionales que participan y regula la objeción de conciencia.

¿Quién puede negarse a esta libertad en una sociedad moderna, madura y democrática? ¿quién puede negarse a un derecho? Supongo que cuando uno concibe y entiende lo que es derecho en su concepto más amplio sabe que no es una obligación ejercerlo, únicamente le aporta la seguridad de decidir sobre su aplicación.

¿El Estado me obliga a casarme? ¿con alguien de mi mismo sexo? ¿del sexo contrario? ¿a divorciarme? ¿a abortar?

Sé que me ofrece la seguridad jurídica de poder hacer todo ello, o nada. No quiero que haga nada más. La decisión será mía, mis convicciones morales, religiosas serán mías y no pretendo ni quiero que nadie las juzgue. El debate de hacerlo o no será conmigo o con quien decida en lo más íntimo y personal que esté en él.

El debate es profundo, sí, pero este país está preparado para abordarlo sin complejos, sin rémoras ni hipotecas morales, es un país donde la libertad está cubierta de justicia y seguridad.

Sinceramente no entraré a valorar a quienes se oponen a esta ley por considerar que se hace con fines económicos llegando a sugerir que se busca la muerte intencionada; me resulta tan mezquino, tan frívolo y pueril que no merece la pena la consideración. Sé y estoy convencida de que habrá quien se oponga a esta ley bajo más criterios y rigurosos, es una sociedad democrática, la pena de una demócrata convencida que les escribe es ver como la oposición no se encargue de ellos y trate a su propio electorado de forma tan simple.

Es el momento de avanzar en derechos, y este supone uno más. Esta ley es un paso más.

*Filóloga y diputada del PSOE.