TLtas recientes ferias de libros me han dejado la impresión de que los escritores se acompasan a la pereza lectora: detecto un buen número de libros pequeños, delgados, anoréxicos. Conste que hace tiempo asumí que un Augusto Monterroso, en su brevedad, te puede ocupar la vida de lector.

Acertaré a decirlo: veo la edición de muchos libritos sin razones artística o de pensamiento que justifiquen su presencia en las estanterías. Esos intentos o proyectos de libro, flacos en páginas y enjutos en contenidos, parecen tener su razón de ser únicamente en ocupar tabla en el expositor. Esta apreciación se fortalece cuando uno acude a la presentación de la obrita y ve cómo el esforzado profesor universitario concentra la excelencia de la obra en la magnifica encuadernación y los bellos dibujos que acompañan a las cuatro palabras. El buen entendedor no precisa más: aquello, de la pasta, no pasa. En esto hay pocos inocentes y presiento que esta epidemia de la anorexia libresca pudiera justificarse --perdón por el prosaísmo-- por la necesidad de que algunos presuntos y cercanos escribidores hagan caja, o, peor aún, para subir unos artificiales índices de producción literaria que en poco o en nada contribuyen a fomentar la pasión por la lectura y el entusiasmo por la cultura.

*Filólogo