Es época de listas, como de propósitos de enmienda. Listas de los libros más leídos, de los que deberíamos leernos, nunca de los que nos marcarán a hierro y fuego, pero sí de los necesarios para superar un drama o una ruptura, como si eso fuera posible. Los mejores para niños, los ilustrados, los de cocina, los creados solo para regalo que son ideales para portadas de revista del corazón con salones majestuosos y mesas llenas de ejemplares que parecen en cautividad, atrapados sin ser abiertos ni hojeados nunca.

No suelen coincidir las listas de los más vendidos con los imprescindibles. A veces, pocas, se mezclan y se miran extrañadas. Algún premio escapa de la clasificación y se une al otro grupo o un desconocido de pronto arrasa y se ve aupado por quienes entienden de verdad, críticos que ejercen su trabajo al margen de otros intereses y, por supuesto, los lectores. Solo hace falta repasar la historia reciente de la literatura para darse cuenta de que el tiempo es el verdadero seleccionador. En un país en el que todos llevan un entrenador de fútbol dentro, no es mal símil.

Nadie lee ahora a Gironella, que triunfó en su momento, ni a Echegaray. Otros grandes escritores ni siquiera se asomaron a la clasificación. Yo, que soy la reina de las listas y que guardo miles que recogen las cosas que tengo que regalar, las que me llevo en vacaciones, o los asuntos que debo completar a diario, también tengo mi lista particular de libros imprescindibles, solo que larga, caótica y sobre todo ajena a la actualidad. Está hecha de los cinco en apuros, sobre todo de Georgina, y de Guillermo el travieso, los Hollister, el Señor de los anillos, antes de la película,y Nils Olgerson, Pipá, Andrea, el señor Cayo, Aureliano Buendía, Daniel el Mochuelo, Gurb, Jo, Ulises, Ícaro y Dédalo, Leonor, Maese Pérez, Marianela… personajes que viven a salvo de modas, y cuentan historias no solo por encima del narrador sino también de lo narrado. Una lista de lo que me convirtió en lectora, porque son los primeros pasos lo que importa. Lo otro, seguir leyendo o no, emocionarse o desilusionarse, solo consiste en poner un pie tras otro y seguir subiendo.

Bajar nunca es una opción si lees por placer, no por presumir de lo que lees, si saboreas las palabras sin exhibirlas como trofeos, y si sigues pensando que leer es sobre todo disfrutar de una buena historia bien contada. Lo demás es solo eso, una moda, un hilo de discusión en redes sociales, una lista sobre la que pasará sin misericordia y con justicia la arena del tiempo.

* Escritora