Cualquier dolencia -un cólico nefrítico, por ejemplo- puede arruinar felizmente las vacaciones, ahora que es tiempo de ellas y habrá quienes las consideren merecidas y hasta las disfruten. Es el caso. Gracias a una enfermedad más o menos banal he podido disculpar un año más las vacaciones, de por sí disculpadas desde el primer día en que las probé. Nadie está obligado a ellas, por supuesto, pero las vacaciones son de obligado cumplimiento -¡ay de quien no pueda!- y hay que cumplir con lo que exigen: horarios, viajes, comidas e incluso una determinada forma de vestir. Un trabajo, en fin.

No hay excusas contra las vacaciones, supuestamente, como prueban quienes creen que son necesarias y, por necesarias, justas. Un derecho. El problema es que tampoco las hay a favor, salvo que se haga necesidad de lo que no lo es, pues nada hay más ocioso que el ocio pautado, prescrito, administrado. He aquí Ferlosio, a quien cito de memoria: «Nada demuestra más el patético aburrimiento a que ha llegado la gente como el hecho de que se divierta con las aburridas diversiones que les ofrece la industria del ocio». ¿Y no son las vacaciones la industria del ocio por antonomasia?

Sin embargo, la cuestión no son las vacaciones -¿qué culpa tendrán ellas?-, sino el hecho de optar por ellas -cual la mayoría- o por demostrarlas, que tampoco son minoría. Siendo evidente que yo pertenezco a esa minoría mayoritaria, este verano debo pedir disculpas por haber faltado a la cita de cada martes en el periódico desde finales de julio hasta hoy. ¿Por vacaciones? Sería irónico. En el hospital he estado mejor que en cualquier lugar de veraneo, por encima de playas atestadas, qué horror, pero también de hoteles con buffet, donde el hambre parece que hambrea. Demasiado.

En el hotel de mis litotricias, las cuales me han arruinado felizmente las vacaciones, solo ha faltado una botella de Quinta Da Pacheca, botella que bebí en Oporto, a solas, año 1985, cuando comprendí que las vacaciones había que arruinarlas oportunamente con un cólico nefrítico, por ejemplo. Y quien dice un cólico...

* Funcionario