Si esta última legislatura ha sido calificada como una de las más tensas y crispadas de la historia de nuestra democracia, y la precampaña --que no ha sido sino una campaña encubierta-- ha servido para incrementar, más si cabe, la tensión entre los dos principales partidos del panorama político nacional. Parece más que evidente que la recta final hacia los comicios del 9 de marzo va a ser una dura batalla dialéctica entre Zapatero y Rajoy , alentada por los resultados de las últimas encuestas que sitúan a ambos partidos con una diferencia mínima y por el polémico descuido del presidente del Gobierno en su entrevista con Iñaki Gabilondo .

Lo peor de todo este entramado de confrontación política --presumiblemente cargado de un alto componente de subidas de tono, de pérdida de respeto y de morbosas descalificaciones-- es, sin duda, la pérdida de interés real por aquellas propuestas que puedan realizarse por unos y otros, la mayor atención que pueda dársele a los enfrentamientos verbales sobre medidas específicas que contribuyan a mejorar el día a día, y que en contra de lo que se espera, mermen --incluso hasta su extinción-- el verdadero espíritu crítico del voto, la reflexión acerca de las expectativas que uno tenía depositadas y el grado de cumplimiento de éstas, la valoración individual de las diferentes líneas de acción electorales y su integración con respecto a nuestros intereses en una determinada cuestión, alguna de ellas sumamente relevantes como puedan ser el empleo, la economía, la vivienda o las ayudas a la natalidad.

Desgraciadamente, la poca implicación política, el distanciamiento de la mayoría de ciudadanos con respecto a ella y la pasividad genérica con respecto a todo lo que suene a Congreso o Senado --antagónicamente a lo que ocurre en los comicios locales y autonómicos-- nos muestra y evidencia el desinterés que posteriormente se traduce en una baja participación en las urnas. De ahí la incesante movilización y seducción del electorado para conseguir su voto.

*Técnico en Desarrollo Rural