Aprincipios de este año el Comité Médico de las Curaciones que sigue los casos de personas que afirman haber sido curadas después de visitar la basílica de Lourdes concluyó que un caso que se le había presentado no tenía otra explicación que una curación milagrosa. Es el caso 70 desde que en 1858 hubo las apariciones de la Virgen en esta ciudad francesa. El comité ha examinado más de 700 casos y solo en 70 cree tener suficiente información para decir que no hay una explicación según los parámetros conocidos de la medicina. Si nos atenemos a estos datos, podríamos concluir que ha habido más curaciones certificadas por visitas a Lourdes que para muchas de las llamadas terapias alternativas. ¿Habría por tanto que poner los milagros de Lourdes en la lista de tratamientos de la Seguridad Social e incluirlos en las facultades de Medicina? Lo razonable parecería afirmar que esto no tiene ningún sentido. ¿Por qué nos lo planteamos en otros casos?

El Gobierno español ha tomado una serie de medidas para evitar que prácticas con pretendidas propiedades curativas, con la homeopatía como ejemplo más emblemático, puedan proclamar resultados que no han sido demostrados, que tengan un estatus en la enseñanza de la medicina o que puedan ser pagados con dinero público. Cuando alguien intenta entender en qué se basa la homeopatía o saber si alguien ha demostrado sus efectos se encontrará con un gran vacío. Nada indica que no hay más que lo que llamamos efecto placebo, que es lo que cura a alguien por el simple hecho de ser objeto de un tratamiento, aunque sea con agua. De hecho, los medicamentos homeopáticos son esencialmente agua muy purificada. Hay por tanto razones para que estos tratamientos no estén incluidos entre los otros que sí han demostrado resultados.

Tenemos que admitir que no tenemos que poner todos estos tratamientos llamados alternativos en el mismo saco. Habría que examinar a fondo algunas prácticas de la acupuntura que parecen funcionar y hay tratamientos de la medicina tradicional que se ha podido demostrar que tienen un fundamento científico. Pero hay otros de los que no hay ninguna prueba ni ningún fundamento demostrable de una posible acción terapéutica más allá del efecto placebo. La homeopatía o la imposición de manos son dos ejemplos. Estos casos son más bien inocuos si no se afirma que curan alguna enfermedad concreta. Si lo hacen estarían engañando a la gente porque no lo pueden demostrar y porque pueden desviar a alguien de un tratamiento que, tomado a tiempo, puede curar. Es una exigencia de las autoridades sanitarias europeas que no se engañe a nadie en la publicidad de temas sanitarios y vigilar que las prácticas se realicen con un mínimo de higiene.

Que instituciones públicas de enseñanza como las universidades las enseñen o que se paguen con dinero público tampoco parece apropiado. Hay casos en los que se trata de prácticas peligrosas o de tratamientos tóxicos que habría claramente que prohibir.

Se trabaja para conseguir que todo lo que practicamos en nuestra medicina tenga el máximo nivel de solidez científica y hay esfuerzos considerables para revisar sistemáticamente todos los tratamientos existentes e identificar los que hay que mantener y practicar. Hay que conseguir que todo lo que llamamos medicina, la que se practica en nuestros hospitales y gabinetes médicos, la que financiamos y la que se enseña en las instituciones públicas, tenga una base científica sólida.

Hay situaciones en las que algunas prácticas inocuas pueden acompañar a las personas en casos muy sencillos en los que la dolencia desaparecería sola o en casos muy complejos en los que la medicina ya no encuentra solución. Son esas situaciones en las que cualquier acción, incluso un viaje a Lourdes, puede ayudar a personas a reencontrar una cierta esperanza de que, afirman los comités médicos, se pueden acabar produciendo curaciones inexplicadas en ocasiones excepcionales. Es posiblemente más de lo que hacen muchas de las llamadas terapias alternativas. Ni regulamos los viajes a Lourdes, ni los pagamos con dinero públicos ni damos clase sobre ellos en nuestras universidades, pero tampoco nadie propone prohibirlos. Parece adecuado prohibir los tratamientos que son perjudiciales, informar correctamente de lo que hacen y no hacen los productos y tratamientos que nos ofrecen y proporcionar a los pacientes una medicina que tenga las mejores pruebas de tratamiento.

* Investigador