Lo malo de la caridad es que fomenta o apuntala la injusticia, pero no es lo único malo: la limosna hace más pobre al pobre, la conciencia de dador se purifica falsamente y, en estos tiempos de privatización de la caridad institucional al resignar los Estados casi todos sus deberes en las organizaciones no gubernamentales , se abre una vía para la corrupción, para la peor de las corrupciones, la de aquellos que se lucran con el hambre, la miseria y la enfermedad de los desheredados. Tal pudiera ser el caso de Intervida, el gran emporio de apadrinamiento de niños del Tercer Mundo al que investiga desde hace tiempo la Fiscalía.

Si hace unas semanas saltaba la noticia de las irregularidades financieras de ANESVAD, esa oenegé de campañas publicitarias agresivas que poco menos que insultaba a los ciudadanos si no le daban dinero para supuestas acciones contra la lepra, ahora es Intervida la que, gracias al celo que la Fiscalía despliega últimamente en defensa de la ley, podría hallarse en la necesidad de explicar a un tribunal con pelos y señales, y desde luego con justificantes y recibos, qué demonios ha venido haciendo con los noventa millones de euros que, a base de conmover el corazón y la ingenuidad de los españoles, recauda cada año en concepto de apadrinamientos de niños pobres en la distancia.

Los veinte euros mensuales por barba de cada padrino iban destinados, según la organización, a medicinas, escuelas, hospitales y otros bienes y equipamientos de gran necesidad en los mundos deprimidos, pero según avanzan las pesquisas de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, cobra verosimilitud que se invirtieran en inmobiliarias, o sea, en el ladrillo, para beneficio propio y no de esas desventuradas criaturas, víctimas de un mundo que trafica y se enriquece con su miseria.

De momento, el delito de Intervida es presunto, pero en la opacidad y el descontrol en que se mueven esas organizaciones es razonable presumir, y los fiscales están en ello, que haya muchos presuntos más.

*Periodista