Se lo leí a José Antonio. Hablaba el joven César del magisterio de las costumbres. Así, tal cual. Y me quedé con la copla. Los hay que están llamados para con la patria al don supremo del magisterio de las costumbres. Son pocos, son ejemplares.

A este otro José Antonio, Don José Antonio Balas, le conocí en las orillas del Club Deportivo Badajoz. Boina y abrigo en el perchero de su corpachón en las tardes de fútbol. Así por siempre en el orbe de mis recuerdos. Así le recuerdo. Boina de vuelo airoso y abrigo largo… como mi padre. Tardes de fútbol, de Lasesarre al Vivero. La boina de Don José Antonio Balas era negra, no azul Bilbao como la de mi padre, pero sabía llevarla con galanura. Bajo ella, y al amparo de aquel abrigo, se me antojaba un caballero andante. El trato vino a confirmar las apariencias.

Don José Antonio ha muerto. Ha muerto aquel soberbio caballero con el que crucé mis caminos entre goles y añoranzas. Ha muerto la carne mortal, pero no el magisterio de sus costumbres, esa manera suya de hacernos mejores. Hará ya más de diez años coincidí con él en la ya legendaria tertulia deportiva de Arturo Regalado en Onda Cero; fue entonces cuando más le traté. Allí me ganó para los restos. Desbordaba saberes. Y bondades. Porfiaban los unos y las otras por ser más. Sabía de fútbol y de casi todo. Despierto. Curioso. Ecuánime. Era un manantial caudaloso de sabiduría. Tenía los conocimientos enciclopédicos de los bachilleres de antes. Y allí yo, arrebatado, oyéndole hablar de fútbol o de ajedrez o de vida. Cautivo de sus maneras,… tan gentiles, tan cordiales. Queriendo, sobre todo, ser como él.

Aquellos días, a la salida de la emisora, charlábamos un rato. De fútbol y de lo que no era fútbol. De la vida y de la muerte. Del paso del tiempo, del presente y de los recuerdos de lo vivido. Hubiera querido llevarme conmigo todo aquel tesoro, pero ese don no a todos nos es dado. Hablábamos de Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Del Athletic. Y ahí ya nuestras sangres se cruzaron. Cada lunes hablábamos con los micrófonos abiertos del Club Deportivo Badajoz y con los micrófonos cerrados del Athletic. De aquella legendaria delantera, de la Copa del Generalísimo del cincuenta, la de los cuatro goles de Telmo Zarra. De lo que aprieta lo que vivimos de niños. De niños y de cromos. De lo que estaba por venir…

Don José Antonio era maestro de profesión, pero su magisterio era el más alto: el de las costumbres. Fue árbol de fruto generoso. En la escuela, en el barrio (su barrio, San Fernando), en la parroquia. En el equipo. Su equipo. Cuando volvimos a los campos de tierra él estaba allí. Entonces que éramos pocos, a él y a unos pocos como él les debemos seguir alentado. Se convirtió en santo y seña. Tanto que acabó en cromo. Sacamos un álbum de cromos del Club Deportivo Badajoz 1905 para coleccionar jugadores, de la cantera al primer equipo. Él también estaba allí; él y un puñadito de aficionados y veteranos que representaban lo mejor de nosotros mismos. Lo que no se compra con dinero. Él allí, en su cromo, bajo su boina de vuelo airoso, sobre su bondad desmedida.

Ahora que se ha ido -como se fue Zarraonandia, como se fueron los olmos de Carolina Coronado- queda el ejemplo de su comportamiento, queda el magisterio de sus costumbres; el don más alto que puede honrar la vida de un hombre. Ahora que los ríos van a dar a la mar, en estas dos orillas del Guadiana queda la memoria de un hombre sabio y bueno. Eso y la certeza de que nadie llevará la boina en Badajoz con tanta donosura como tú…