Las bombas atómicas, los reactores nucleares actuales de fisión y los futuros reactores de fusión, si llega a haberlos, son caras distintas de un mismo principio: la conversión de materia en energía, que parte de una de las fórmulas magistrales de Einstein (E= m.c2). La fusión parte de dos átomos de hidrógeno que se fusionan y dan lugar a un solo átomo de helio; éste tiene menos masa que la suma de los dos iniciales, de este modo, la masa que falta se transforma en energía. La fisión es el fenómeno contrario. Cuando un núcleo atómico se escinde en fracciones por reacciones nucleares en cadena que, sumadas, dan menos masa que el núcleo original, también se libera energía. Es lo que ocurre en los reactores nucleares y en la bomba atómica, asociado todo ello, a la reactividad intrínseca de los isótopos inestables (material de fisión: uranio, plutonio-) que desprenden emisiones electromagnéticas tipo alfa, gamma, beta- Esto es básicamente la energía nuclear.

Desde que esta fuente de energía fue recuperada para utilidad civil, la ciencia y tecnología de la física nuclear ha avanzado mucho en torno a la generación, control y distribución de esta energía y su problemático almacenamiento de residuos tóxicos, pero no obstante, con todos estos conocimientos sobre la desintegración atómica para producir energía, incluso hoy ignoramos las formas de contener y canalizar el descontrol nuclear y menos aún de inmunizarnos a sus efectos radiactivos. Chernóbil en Ucrania, Three Mile Island en EEUU y ahora Fukushima en Japón son ejemplos de catástrofes nucleares accidentales, debidas unas a la imprudencia humana, y otras a la capacidad destructora de los fenómenos naturales que dañan estas instalaciones nucleares agravando más las escenas, tal y como pasa ahora en la central de Fukushima. Pero las tres tienen en común el riesgo mortal que provocan a la vida cuando se desata su potencial radiactivo.

Las centrales nucleares son dispositivos energéticos que a la vez que producen una energía relativamente barata, respetan el medio ambiente siempre y cuando su uso sea seguro. Por estos dos factores y por la independencia energética de los países se apostó por esta energía tan difamada y, a la par, tan alabada. De modo que el debate nucleares sí, nucleares no, es un debate de mudos que nada aclara por sus posiciones radicalmente opuestas. El debate realista se halla en que es una energía indispensable a fecha de hoy para abastecer las redes eléctricas de nuestros hogares e industrias, además de una energía que contribuye a reducir los efectos del cambio climático a corto y medio plazo, otra de las amenazas más plausibles a la humanidad y a la naturaleza. Por tanto, la reflexión vital ha de partir de lo inmediato para después profundizar en el largo plazo. Me explico, las centrales nucleares son imprescindibles para el presente por lo ya comentado, pero a medida que avancemos en la capacidad de instalación de fuentes energéticas renovables y de menos riesgos, el futuro habría de presentar un mapa desnuclearizado, a no ser que algún Einstein actual o futuro nos dé la fórmula para que los átomos radiactivos puedan ser domesticados.

De este modo, la hipotética tribulación nuclear que se puede avecinar en Japón, ha de poner de manifiesto un diálogo sereno y racional con una perspectiva humanista alejada de planteamientos economicistas cortoplacistas, centrada en el axioma vital de preservación de nuestras sociedades, ya que sería un sinsentido generar una energía que accidentalmente puede provocar estragos apocalípticos en las regiones de producción, cuando ya conocemos y usamos energías menos gravosas para la vida en general. De modo que no se trata de aleccionar este debate para el antes, el durante o el después de una debacle nuclear como la que estamos presenciando en las costas de Japón, sino de elucubrar con el conocimiento disponible y sin grupos de presión a un lado u otro, si esta energía es capaz de hacer progresar nuestra civilización sin producir devastaciones que mermen la vida común de las gentes.