TCtada día que pasa soy más consciente de cómo se acerca la ancianidad. Y no es por venerar a aquella mala persona que fue Quevedo ni porque mi memoria guarde el eco definitivo de sus versos acongojados. Ni porque cada vez esté más de acuerdo con él en cuán frágil, cuán mísera y cuán vana es la vida humana. Tampoco porque mes tras mes la peluquera aumente sus esfuerzos para disimular con difícil --y caro-- arte la nieve de mi cabeza ni porque precise sin remedio de tratamientos de belleza para surcos en la frente, hachazos en el entrecejo, patas de gallo en los ojos, cuerdas de violín en el cuello y demás achaques de la edad otoñal que el negocio de la estética describe con tan sugestivas metáforas. Menos aún porque las articulaciones de ambos meñiques se inflamen de cuando en vez, de modo que cuando pasa el dolor y la rojez, persiste la deformación. Así que el dedo izquierdo antes de la uña culmina en un garbanzo y el derecho lleva camino.

Tampoco se debe la dolorosa y lúcida conciencia de una cita incierta pero impepinable con la senilidad no tan lejana, al recurrente dolor de rodillas que alguna amiga ingenua imputa a la práctica excesiva del pádel y yo a artrosis corriente y moliente. No atribuyo en modo alguno la certeza de que la decrepitud avanza, a la tendencia molesta y hasta no hace mucho desconocida de que se me llenen los ojos de lágrimas con cualquier sentimentalismo nostálgico, evocación melancólica, recuerdo tierno o -y eso sí es grave-verso de Bécquer. No considero preludio de la etapa invernal de mi existencia las leves pérdidas de... memoria --olviden a Concha Velasco -- ni la acumulación de ibuprofeno, almax, valeriana, remedios contra la tensión o diprogenta en mi neceser. No.

Lo que me ha hecho percibir en toda su magnitud mi vejez inminente aunque tal vez prematura es la vergüenza ajena extrema, total, letal, que sentí hasta impedirme la carcajada cuando escuché al jefe de la oposición argumentar contra el Gobierno con un impotente, macarra y chapucero ¡Maldita sea! De joven, literalmente, me hubiera partido. Hoy enrojezco.