Pocas figuras hay en la historia capaces de generar admiración más allá de fronteras geográficas, mentales o ideológicas. Nelson Mandela ha sido uno de estos raros personajes que fascinan al mundo entero por su integridad, una firmeza aparejada a la calidez humana, una biografía personal hecha de mucho sufrimiento y sobre todo, en su caso, por el grandioso reto al que se enfrentó y ganó, el de acabar con el apartheid en Sudáfrica. Tarde o temprano, aquel régimen inmundo e inhumano tenía que caer.

Lo que hizo Mandela --y en eso le acompañó dignamente el líder de la minoría blanca, Frederik de Klerk -- fue conseguir que su caída fuera rápida (el proceso duró cuatro años), pacífica e indolora.

En su momento, y visto el historial de violencia con masacres como las de Sharpeville o Soweto, no era descabellado pensar que el derramamiento de sangre acompañaría el fin de aquel régimen. Madiba, como se le llamaba cariñosamente, consiguió que fuera todo lo contrario, y lo hizo a base de dos rasgos humanos poco frecuentes en la política como son la generosidad y la ausencia de rencor hacia quienes habían oprimido y violentado a la mayoría del país. Mandela sabía que los sudafricanos, negros y blancos, tenían que reconciliarse si querían vivir el futuro en paz.

En aquella experiencia liberadora había un gran equilibrio entre memoria y perdón, y fue un ejemplo a seguir en varias transiciones de dictaduras a democracias, con mejor o peor resultado.

Una vez conseguido lo que parecía imposible, el fin del apartheid, Mandela se convirtió en un icono global en un mundo huérfano de grandes figuras íntegras e insobornables, un mundo asolado por guerras, conflictos o crisis. Por eso la muerte de este personaje extraordinario ha suscitado una avalancha de comentarios y alabanzas más que merecidos.

Sin embargo, parece un insulto a su figura que algunas de estas loas procedan de políticos que, teniendo en sus manos la capacidad de cambiar el futuro de sus países y sus gentes, ignoran y desprecian aquel legado.

Eso se llama hipocresía o, en el peor de los casos, cinismo, dos defectos totalmente ajenos a Mandela. El mundo necesita muchos Mandelas. Madiba hizo realidad un sueño. Sería una desgracia para todos que aquel legado que deja regresara a esa categoría de aspiración por cumplir.