WSw i no media un gran movimiento en la intención de voto de los ciudadanos en las cuatro semanas que restan para las elecciones legislativas, a Mariano Rajoy le incumbirá la gran responsabilidad de ser el presidente del Gobierno que deberá concluir el proceso de liquidación de ETA tras recibir, de manos de José Luis Rodríguez Zapatero, el encauzamiento del problema tras la renuncia de la banda a seguir matando.

Y, como resulta obvio a la luz de los paralelismos históricos, la anhelada claudicación de la banda terrorista cierra una larga etapa de sufrimiento y muertes, pero obliga al conjunto de la sociedad española a actuar con inteligencia para cauterizar las secuelas.

Euskadi y España tienen la obligación moral y política de mantener viva la memoria de las víctimas de la barbarie etarra durante más de cuatro décadas y no olvidar el altísimo precio pagado por la defensa de la libertad y el Estado de derecho.

Pero roza la iniquidad parapetarse en esas cientos de víctimas para transmitir el mensaje falaz de que el anuncio de ETA esconde concesiones indignas por parte del Gobierno. Es lo que hacen algunos diarios nacionales que se consideran depositarios de las esencias de la democracia en España. Y es lo que insinúan algunos dirigentes del Partido Popular con una insistencia tan machacona como peligrosa. Unos y otros dan la penosa impresión --¿solo impresión?-- de incomodidad por la capitulación del enemigo etarra.

Por eso es importante que Mariano Rajoy diga hoy en este periódico que ETA deja las armas precisamente porque el Estado la ha debilitado y no ha aceptado negociar con ella. Tanto o más lógico es que diga, a las puertas de las próximas elecciones generales, que no hay nada de que hablar sobre el futuro de los centenares de presos etarras y se remita al cumplimiento de la ley.

Pero esa será una de las cuestiones que tarde o temprano deberán abordar los partidos vascos. Deberán hacerlo frenando la presión de la izquierda aberzale y, sobre todo, sin deshonrar a las víctimas de ETA y sin aceptar que los que fueron verdugos pasen también por víctimas. Será preciso un esfuerzo colectivo de generosidad para completar el camino abierto el 20 de octubre. Mariano Rajoy, que no es José María Aznar, lo sabe. Si llega al palacio de la Moncloa tras los comicios del 20-N, deberá asegurar que su partido actúe con tino para que la política prevalezca sobre las visceralidad.