Directora del Instituto de la Mujer de Extremadura

Todos a una, esa es la divisa. El parecido es sólo en la temática tratada y no en el enfoque, ya que lo que unos cuantos ven como una perversión de un largo proceso cultural, otros analizan como el resultado, también perverso, de una adquisición reciente. Me refiero, de nuevo, a la violencia hacia las mujeres. Es un asunto tristemente inagotable.

Estos últimos días hemos visto con agrado los Premios Goya obtenidos por la película Te doy mis ojos . Se premia la creación artística, pero a la vez se premian los esfuerzos de hombres y mujeres por poner de relieve una situación intolerable.

El acercamiento dramático en términos cinematográficos a un drama familiar, el retrato ficticio de personajes reales que protagonizan escenas semejantes, nos hace contemplar un asunto que poco a poco está abandonando la esfera de lo privado para empezar a ocupar una posición entre los problemas sociales, que a todos nos afectan y sobre la que todos debemos actuar. Se ha hecho, además, desde la calidad, la información y la sensibilidad. Es un éxito que no oculta otra noticia: se ha premiado a mujeres. No es habitual encontrar tantos premios reunidos a la vez en manos de mujeres.

También hemos visto, esta vez atónitos, la declaración de los obispos españoles. Han hablado igualmente de violencia hacia las mujeres y han analizado el entorno que lo provoca (destrucción de los valores familiares tradicionales, presión de los lobbies homosexuales para apoyar nuevos modelos de convivencia, la baja tasa de natalidad, etcétera). Pero, sobre todo, han encontrado una relación directa entre incremento de la violencia sexista y revolución sexual. ¿En qué actitudes exactamente basan esa relación causa-efecto?, ¿qué información han manejado?, ¿qué sensibilidad están demostrando?, ¿qué lobbies están actuando?

La violencia concreta hacia las mujeres, por desgracia, ha sido una constante histórica y demasiado extendida en términos culturales. Hasta las sociedades menos sospechosas de permitir esa revolución sexual mantienen en su seno situaciones de violencia sexista. Tal vez la cuestión radique en que no ha sido hasta la revolución feminista (no exclusivamente sexual, también política, laboral, participativa, emancipadora en fin) que hemos empezado a ser conscientes de la necesidad de actuar contra lo tradicional. Examino el concepto de tradición aquí en el ámbito concreto de la violencia hacia las mujeres, tradición de contemplarla como algo íntimo, sin exposición pública, sin reproche público, sin estadísticas públicas.

Es necesario que nos inventemos un nuevo modelo a seguir, donde lo que abunden sean trabajos como los de Iciar Bollaín. Mejor aún, un entorno cultural cercano y lejano que no busque excusas poco realistas y que definitivamente se ponga del lado de quienes más sufren.