A menudo nos mandamos mensajes unos a otros avisándonos de que no estamos tratando bien a esa generosa esfera descomunal que nos acoge y nos mantiene, llamada Tierra, y sin embargo no cambiamos nuestro modus vivendi , seguimos avanzando, cada uno a la velocidad que le permite su desarrollo --o desarrollos de unos a costa del subdesarrollo de otros--, hacia ese engañoso y costoso estado de bienestar al que llamamos progreso.

Seguramente la Tierra es una pequeña partícula esférica en un espacio de infinita dimensión cuyo durabilidad sea directamente proporcional al uso que se le dé por parte de los seres vivos que la habitan, sobre todo del hombre, y las alteraciones de los elementos que la componen. Ocurre que mientras una pequeña parte de la humanidad se desvive por frenar su desgaste, otra gran parte se esfuerza por acelerarlo. A la lucha por evitar que se viertan residuos contaminantes en el mar y ríos, que se emitan más CO2 de la cuenta a la atmósfera, que se extinga ninguna especie animal, por parte de unos, hay que contraponer el comportamiento de quienes no contribuimos a evitarlo con nuestras conductas consumistas o quienes realmente lo impiden con sus políticas neoliberales.

En la película Los Hermanos Marx en el Oeste (1940), estos escenificaron el desgaste de la Tierra valiéndose de una gran metáfora: Un tren con los vagones de madera, que transporta a los hermanos Marx, avanza a toda velocidad en persecución de una carreta de caballos en la que viajan los malos. Cuando se les acaba el carbón que quemar en la caldera de la máquina, a Groucho no se le ocurre otra cosa que utilizar como combustible la madera de los vagones. Poco a poco, los vagones van desapareciendo del tren, a la vez que Groucho grita: "¡Más madera!".

Los seres humanos somos lo suficientemente inteligentes como para darnos cuenta de que somos enormemente torpes; y lo suficientemente torpes como para no hacer nada para evitarlo.