WEw l cerco diplomático en torno a Siria se estrecha aunque todavía no ahoga. El último paso lo acaba de dar la UE al endurecer las sanciones contra el régimen de Bashar el Asad. La propuesta de la Liga Arabe hecha a principios de mes para desactivar la grave crisis, que ya suma 3.500 muertos, era una oportunidad de oro para emprender una transición negociada y para evitarle a Asad un fin como el de Ben Alí o Hosni Mubarak. Pero el autócrata sirio jugó de fulero y, tras decir que aceptaba el plan, siguió reprimiendo a los ciudadanos.

La organización panárabe, que había sido un remanso de inanidad para mayor tranquilidad de todos los autócratas de la región, se ha movido con los tiempos y votó la suspensión de Siria del organismo. La Liga Arabe no ha sido el único actor de la zona que ha adoptado una postura contundente contra el régimen sirio. El rey Abdalá de Jordania ha declarado que, por el bien del país, Asad debe retirarse. Todo esto refleja la profunda mutación en el mundo árabe, algo nuevo y bienvenido.

Con una situación mucho más compleja que la de Libia, y descartada una intervención militar, solo queda remachar la presión internacional y hacerlo de modo que China y Rusia, los dos grandes valedores de Asad que han bloqueado en la ONU un acuerdo para frenar la violencia, se vean obligados a sumarse a la presión. De no llegar a este punto, la posibilidad de una guerra civil en Siria no es ninguna exageración.