WEw l sesgo que ha tomado el secuestro del Alakrana es inquietante, por no decir alarmante. Aunque no es la primera vez que una partida de piratas somalís lleva a tierra a una parte de la tripulación de un barco secuestrado --lo hicieron con varios marineros del mercante alemán Hansa Stavanger--, sería una frivolidad convenir que forma parte de la lógica de la situación que tres hombres del pesquero hayan sido trasladados a territorio de Somalia. Más bien hay que admitir que los piratas tensan la cuerda a fin de precipitar los acontecimientos para cobrar un rescate por el barco en su poder y, dentro de la misma operación, forzar la liberación de los dos somalís que se encuentran detenidos en España.

Es comprensible que, así las cosas, el Gobierno trate de tranquilizar a los familiares, presente como una buena noticia que conoce el paradero de los tres tripulantes separados de sus compañeros y diga que unos y otros se encuentran bien. Pero es poco probable que los esfuerzos de Carme Chacón cumplan la función tranquilizadora que persiguen porque, al mismo tiempo, una comisión interministerial con todas las apariencias de un gabinete de crisis se ocupa del caso en un ambiente no exento de dramatismo.

La verdad estricta es que el margen de maniobra es por demás pequeño. Ni puede la Marina iniciar una operación de rescate sin exponer gravemente la vida de los secuestrados ni puede el Gobierno dar la impresión de que se rinde con armas y bagajes a las exigencias de los piratas, como, por otra parte, ha sucedido en otros casos. Es decir, que a nadie debe sorprender que la iniciativa y los tiempos los marquen los piratas y no los gobernantes de los países afectados por el secuestro de una docena de barcos a pesar del despliegue en aquellas aguas de una flota de protección.

En estas condiciones, resulta aventurado reclamar al Gobierno una salida del problema a la heroica y es inexplicable que el PP acuda a pescar votos a este peligroso caladero con una crítica destemplada de las gestiones del Gobierno. Esta crisis lo es todo menos convencional: ni hay un Gobierno in situ que pueda mediar en el secuestro --Somalia no es más que un nombre en el mapa de Africa-- ni puede nadie pretender que sea el respetabilísimo criterio de la familias el que oriente la gestión de la crisis. Lo sensato y lo conveniente es aguardar a después de la liberación para criticar al Gobierno por los errores que haya podido cometer.