Entre los Carnavales y la Semana Santa transcurren cuarenta días. Un tiempo que recuerda el periodo que Jesucristo pasó en el desierto antes de la Pascua Judía y que por una traición terminó como todos ya sabemos. Dos tradiciones arraigadas en nuestra sociedad que tienen un elemento en común: el anonimato. Pasamos de la máscara al capirote. Y en estos tiempos que ahora vivimos, cuando algunos políticos, que pretenden recuperar la Inquisición -sin que sea necesariamente Santa-, se empeñan en quitarnos nuestras tradiciones con cabalgatas sin Reyes Magos o con titiriteros titiritarras, o cuando son miles los cristianos que por todo el mundo sufren ataques por su Fe, cobra más importancia que nunca salir de ese anonimato. Durante estos cuarenta días -y cuarenta noches- vemos en las calles a los costaleros ensayando para las procesiones que tendremos durante la Semana Santa. Oímos de fondo los sones de las cornetas y los tambores y un aroma a incienso invade nuestros templos. Es tiempo de novenas, besapiés, vía crucis y pregones. Los cristianos nos preparamos para nuestra Semana Mayor. La Cuaresma simboliza penitencia y reflexión, pero también conversión. Todos recordamos cuando éramos pequeños y te invitaban -más bien obligaban- a hacer un sacrificio durante estas semanas. No comer chuches era el preferido por los padres en la niñez o no fumar durante la adolescencia. Por eso invito a todos los cristianos, capillitas o no, a que disfruten de la Cuaresma, y que su penitencia durante estos cuarenta días sea dar la cara. Que tenemos ante nosotros un reto fundamental: quitarnos la máscara y prepararnos hacia dentro, pero también hacia fuera. Que esos políticos titiriteros nunca podrán quitarnos la Fe. "Polvo eres y en polvo te convertirás" es la sentencia que lo encierra todo. Pero hasta que llegue ese momento, vamos a salir a la calle y mostrarnos tal y como somos. Vamos a ser valientes. Vamos a defender nuestra Fe sin ambages. Vamos a dejar a un lado las máscaras, por lo menos, hasta que nos pongamos el capirote.