Cuando la ola viene buena, un partido sube. Pero cuando viene mala, más vale ponerse a cubierto. La frase, literal, es de un político del PP esta semana viendo a los pensionistas tomar la calle. En este momento de indignación generalizada en el que andamos metidos, con invasión de la vía pública, solo faltaban los jubilados. Problema serio para Rajoy, el hombre que ante el desasosiego aplica cintura de madera. Esta vez tiene un problema serio ante sus narices si se tiene en cuenta que la protesta está protagonizada por uno de los principales bastiones de su partido: los jubilados.

La calle no es nadie. Aunque Podemos la haya creído suya en algún momento y el PSOE ande tratando de arrebatársela de un tiempo a esta parte, no tiene dueño. Lo que sí es cierto es que la protesta ha vuelto a la vía pública como antaño, cuando era claramente propiedad de la izquierda. Ahora es el termómetro social de este país. Tanto que ni lluvia ni el viento fueron capaces de frenar ayer el desencanto de los pensionistas. Las manifestaciones organizadas por todo el país, incluidas ciudades como Cáceres, Mérida o Badajoz, fueron en algún caso masivas.

Desde el gobierno se pide paciencia y, de paso, se presume de ser el sostén de la economía y, por ende, del sistema de pensiones. El miedo puede ser arma arrojadiza y detiene al más enérgico de los indignados, pero la baza de fiárselo largo a este gobierno ya no cuaja. Cuando la mecha de la protesta se enciende resulta harto complicado detenerla y lo que hay que evitar a toda costa es que acabe por explotarle a uno en la cara.

La ola vino mala para el PSOE con Zapatero y se convirtió en tsunami en Extremadura llevándose por delante a Vara y desbancando a su partido de casi todos los feudos de poder incluida la Junta de Extremadura. Ahora el PP anda preocupado por lo mismo y eso que gobierna en pocos sitios. Queda año y tres meses para las elecciones y, encima, está el factor Ciudadanos, un partido que pesca a derecha y a izquierda y que nadie sabe muy bien por qué se ha convertido en alternativa para casi todo.

En Extremadura hay 224.619 pensionistas que votan y la nómina media es de 774,41 euros al mes, la más baja del país. La pérdida de poder adquisitivo de este año, por ejemplo, va a ser de 135 euros con respecto a 2017. Una barbaridad. La carta que han recibido recientemente los pensionistas por parte del gobierno anunciando que el aumento de sus nóminas de este año va a ser, otra vez, solo del 0,25% ha sido la gota que ha colmado el vaso. Indignados llevan cinco años con este alza que raya el ridículo mientras que la vida se incrementa hasta lo imposible, siendo en ocasiones sostén de sus hijos o de sus nietos envueltos en el drama del paro y de la crisis. Así pues, guerra al mono esté quien esté, PP, PSOE o como se llame.

En esto de la política hay tres clases de votantes: Primero están los convencidos que meten la papeleta de su partido en la urna porque creen que es el mejor y lo demás son burdas patrañas y manipulaciones. Luego están los cabreados que optan justo por lo contrario de lo que les dicta su corazón o su cabeza porque se hallan totalmente defraudados. Y finalmente están los del descarte, esos que eligen una determinada opción porque el resto, a derecha y a izquierda, o no les convence o les repela. En esa terna están ahora las próximas elecciones, dado que la abstención no es opción cuando reina la indignación.

Para los partidos tradicionales, lo peor es que exista alternativa. Con la muerte del bipartidismo en España, llega la etapa de los pactos. El abanico de posibilidades para formar gobiernos regionales y municipales se va a abrir sobremanera y a río revuelto no se sabe muy bien quién va a pescar para llevarse el ascua a su sardina. Nada está escrito y ningún feudo parece asegurado.

No obstante, quién sabe. Quizás de aquí a un año y pico el mago Rajoy cambie de táctica y se saque un conejo de la chistera que le permite que todo vuelva a ser lo que fue. O peor, que se aplique su teoría de no hacer nada para que los hechos por sí mismos le permitan sobrevivir a su gobierno y, por ende, a su partido. Ya se sabe que muchos de los indignados de hoy, mañana se serenan y en caso de duda mejor lo malo conocido. No sea que nuevos experimentos den al traste con lo poco que hoy se tiene.