La concesión de la Medalla de Extremadura al pueblo de Madrid es un acto de justicia. La reacción de los madrileños tras el 11-M hizo aflorar unos valores morales que aún hoy perduran y emocionan. Otorgar la máxima condecoración extremeña a un pueblo hermano es un gesto que dignifica a ambas comunidades y establece un vínculo más allá del que históricamente han tejido con sudor centenares de miles de emigrantes.

La principal distinción autonómica viene reconociendo desde 1986 a las personas e instituciones que han destacado por su servicio a Extremadura o por hacer gala de su nombre por todos los rincones de España y el mundo. Sin embargo, la medalla que recibirá el pueblo de Madrid no será una más. Ninguna lo es. Pero en este caso adquiere una dimensión desconocida hasta la fecha por cuanto enaltece el comportamiento ético de una colectividad de millones de personas. También será singular la que se entregue a la fallecida escritora segedana Dulce Chacón , que, precisamente, vivió en Madrid los últimos años de su vida.

Los dos nombres, el de Madrid y el de Dulce son, sin duda, merecedores de la medalla extremeña, pero no estaría mal que el Consejo de Gobierno de la Junta mirara algo más de puertas adentro. Entonces comprobaría que todavía tiene deudas pendientes para hacer justicia con al menos una decena de nombres que han engrandecido a Extremadura sin reconocimiento institucional alguno.