TCtomo aficionado y asiduo jugador de ajedrez en aquella época, quedé fuertemente impresionado cuando el 10/02/96 la supercomputadora Deep Blue, diseñada por la empresa IBM, logró un hito histórico: vencer en una partida al campeón del mundo y uno de los mejores ajedrecistas de la historia, Gary Kaspárov. Aquella competición fue ganada por el ruso el 17 de febrero siguiente, al vencer 4-2 a Deep Blue, pero una nueva versión de la computadora (Deeper Blue) volvió a conseguir otro hito el 11/05/97, al vencer un encuentro completo a seis partidas por 3,5 a 2,5. El ser humano, definitivamente, había diseñado un supercerebro capaz de colocarse por encima del suyo propio.

Me vino esto a la cabeza cuando, a comienzos de 2012 -¿en qué ha quedado aquello?-, la agencia de regulación financiera de EEUU. (CFTC) se planteó limitar la negociación bursátil automatizada, que permite el uso de la informática para llevar a cabo cientos de operaciones financieras por segundo, sin la intervención, por supuesto, de ningún ser humano. Todo esto puede distorsionar hasta tal punto el mercado que los técnicos estadounidenses consideraban que esta práctica estuvo en el origen del llamado flash crash de 2010. A finales de febrero de 2012, por ejemplo, se detectó un episodio de 30.000 órdenes erróneas llevadas a cabo en 27 segundos.

Así pues, nos encontramos con dos ideas: a) la habilidad del ser humano para construir mecanismos superiores a su propia capacidad y que, por tanto, llega un momento que es incapaz de controlar completamente, y b) la aplicación de esos mecanismos a áreas esenciales para el bienestar de la comunidad, como por ejemplo la economía. La fusión de ambas ideas debe llevarnos a aceptar la profundidad de la reflexión que colectivamente debemos llevar a cabo, y la radicalidad de las transformaciones que son necesarias para hacer de nuestro mundo algo más habitable ¿Quizá debemos repensar la reconstrucción de todo nuestro entorno adaptado a la medida de lo humano? Quizá, aunque para eso probablemente habría que redefinir conceptos tan asentados como, por ejemplo, el de progreso.

Hay un interesante cortometraje español, dirigido por David Muñoz en 2007 y titulado Desarrollo humano, que nos coloca ante una de las variables fundamentales a tener en cuenta: siguiendo el Informe sobre Desarrollo Humano que la ONU publica anualmente, Muñoz decidió llevar la cámara a las calles de los dos países que se encontraban en aquel momento en los extremos de la lista, Noruega (el país donde en teoría mejor se vivía) y Nigeria (donde peor); la sorpresa que nos depara es que los sentimientos de los ciudadanos de ambos países no parecen coincidir con los datos facilitados por la ONU. O, dicho de otra manera, los criterios con los que políticamente nos hemos dotado para medir la felicidad de las personas no miden la felicidad real de esas mismas personas.

Algo apuntaba ya el filósofo Guy Debord en su imprescindible libro La sociedad del espectáculo (terminado poco antes de mayo del 68), donde aseguraba que el capitalismo había invadido incluso nuestro tiempo de ocio, hasta el punto de convertir el tiempo de nuestra vida -todo el tiempo- en un tiempo de no-desarrollo humano. Eso haría lógico que en aquellos lugares donde el capitalismo no ha logrado arraigar existan quizá multitud de lo que en nuestras sociedades consideramos privaciones, pero también un mayor sentimiento de conexión con el orden natural de las cosas y, así, de felicidad real.

Por todo ello, seguramente, es el momento de aceptar el fracaso de esa idea que el centro-izquierda ideológico mundial vino denominando 'capitalismo de rostro humano' (limitar la fuerza liberal del mercado con medidas sociales), que se ha venido estrepitosamente abajo con una crisis del sistema que está arrasando las opciones de los más desfavorecidos para las próximas décadas. Es el momento de preguntarse si no hemos construido, de la mano del capitalismo, un mundo humano fuera de la medida de lo humano. Un mundo que nos excede, que nos incapacita para ser felices y que, en el fondo, nos deshumaniza progresivamente. Quizá ha llegado el momento, no de ponerle rostro humano al capitalismo, sino de someter nuestro rostro al espejo y tratar de construir un nuevo sistema a nuestra medida.