Con ocasión de la crisis financiera que se vivie en el mundo y sus nefastas consecuencias, la Unión Europea volvió a mostrar su precaria cohesión y su incoherencia, su tardía reacción de varias velocidades fiduciarias (euro, libra esterlina, corona) y el inquietante divorcio del tándem francoalemán, la locomotora averiada que en otros días impulsó con éxito una unión cada día más estrecha entre los pueblos de Europa.

Abrió fuego unilateralmente Irlanda, pronto imitada por Grecia, al garantizar los depósitos de los respectivos bancos nacionales, y siguió el embrollo diplomático desatado por un anónimo plan de rescate de inspiración francoholandesa similar al aprobado por el Congreso de Estados Unidos, pero que suscitó la inmediata reprobación de Alemania, Gran Bretaña y el Banco Central Europeo (BCE). Ni la cancillera Merkel ni el primer ministro Brown están en condiciones de avalar ese dispendio problemático ante una opinión pública encrespada en espera de elecciones.

No se sabe por qué el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, en vez de abogar por una cumbre de la Unión Europea o dejar el asunto en manos de los ministros de Economía de los Veintisiete, convocó una minicumbre con la cancillera alemana y los primeros ministros británico e italiano, escoltados por la plana mayor de Bruselas y el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, pero no pudo evitar el rechazo del presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Pöttering, que alegó la obviedad de que los reunidos en París carecen de competencia para tomar decisiones. Parecidos reproches se rumorearon en otras capitales europeas no representadas, mientras otras se quejaban de la desenvoltura de la diplomacia francesa.

En estas circunstancias, el cónclavepresidencial celebrado ayer en la capital francesa no podía hacer otra cosa que lanzar un mensaje de confianza a los europeos, comprometiéndose a ayudar a los bancos que están en dificultades y a promover una mejor coordinación entre los Veintisiete. Poco más que compartir ideas y confiar en la prudencia de las estrategias nacionales, a la espera de que el Consejo Europeo de mediados de este mes y el G-8 puedan adoptar algunas medidas eficaces para combatir el marasmo que se ha apoderado de los mercados financieros y avanzar en la reforma del sistema financiero mundial.

La conferencia de prensa que puso fin a la minicumbre en el Elíseo fue una demostración de relativa armonía y buenas intenciones, pero no consiguió disipar el malestar de tan polémica convocatoria ni la zozobra que provoca la inestabilidad que siguen viviendo los ciudadanos de la Unión Europea.