Periodista

Las encuestas conceden la victoria a José María Aznar sobre José Luis Rodríguez Zapatero en el debate sobre el estado de la nación. El líder del PSOE intentó demostrar --por tanto, sin éxito-- que el Gobierno actual se sustenta, sobre todo, en la utilización sistemática de la mentira, convenientemente aireada, y casi siempre justificada, a través de los medios de comunicación, que no son pocos ni minoritarios --tanto públicos como privados--, puestos de forma abusiva al servicio de la Moncloa.

Algunos comentaristas han afirmado que Zapatero se pasó de rosca y que su insistencia en sostener que la realidad ha sido sustituida por la propaganda falaz del Gobierno se convirtió en un bumerán. Es posible que, en parte, haya sucedido esto. Pero sería muy oportuno que alguien --con autoridad académica o periodística-- hiciera el siguiente análisis: confrontar el contenido de las intervenciones de Zapatero con las respuestas de Aznar.

Debo confesar que, como espectador atento aunque subjetivo --gracias a Dios--, saqué la conclusión de que, una vez más, se escenificaba una especie de diálogo para besugos. Cuando el líder opositor inquiría acerca de una cuestión concreta, el jefe del Ejecutivo respondía eludiendo siempre el fondo de la misma mediante todo tipo de triquiñuelas retóricas, entre las que abundaron --según costumbre inveterada-- artimañas conocidas del estilo de "ustedes más", "ustedes carecen de crédito moral" o "su razonamiento es inconsistente".

Hubo una cuestión capital, sin embargo, que apenas deja margen para la duda sobre la facilidad de Aznar a la hora de ocultar la verdad. Citó implícitamente como avalador de sus posiciones a Hans Blix, jefe de los inspectores de la ONU, quien ha sostenido --primero con matices y luego denunciando incluso presiones y manipulaciones de EEUU y Gran Bretaña-- exactamente lo contrario.

Me refiero a la polémica sobre si Sadam Husein poseía o no, en el momento de comenzar la invasión de Irak, armas de destrucción masiva. No constituye un dato baladí. El Trío de las Azores, después de haber violado la legalidad internacional, fundamentó su reiterada justificación de la guerra asegurando que estaba en peligro la seguridad del mundo.

Aznar --en sintonía con sus amigos Tony Blair y George W. Bush-- predicó sin descanso, las semanas anteriores a una intervención colonial que tanta sangre ha costado y sigue costando, que quienes rechazaban la guerra pretendían ignorar los pavorosos riesgos que se cernían sobre la humanidad. "Créanme lo que les digo. Es la verdad. Sadam dispone de armas de destrucción masiva", repetía Aznar por doquier. También en el Congreso de los Diputados.

Manuel Coma, investigador principal del Area de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano (sic), ha publicado estos días un informe titulado Las armas de Sadam . El Real Instituto Elcano, que se ha puesto de moda recientemente, se dedica a estudios internacionales y estratégicos. Se mueve, conviene precisarlo, en la órbita del Gobierno. Pues bien, Manuel Coma intenta por todos los medios lograr la cuadratura del círculo: "Lo prudente es seguir haciéndose preguntas y reservar el juicio hasta que la investigación vaya sacando a la luz hechos seguros y probados".

No obstante, líneas arriba, este experto se muestra más rotundo: "Las armas de destrucción masiva (...) no han aparecido, defraudando las manifiestas expectativas de los líderes que llevaron a sus países a la guerra basándose preferente pero no exclusivamente en el argumento de su peligrosidad".

Entre estos líderes figuraba Aznar. Hoy el presidente ni siquiera se reserva ´el juicio´ para más adelante. "Las armas de destrucción masiva acabarán apareciendo", anunció de nuevo en el debate con Zapatero, al que exigió "decencia intelectual". Un día después, el 1 de julio, Le Monde elogiaba editorialmente la dignidad de Blix. Y añadía: "Todo indica (...) que Washington y Londres han mentido (...) Blair está pagando ahora el precio, superado en los sondeos por los conservadores (...) La credibilidad de Bush sale socavada de la prueba".

Aznar, en cambio, vence a Zapatero. ¿España continúa siendo diferente? ¿O sucede que mentiras de grueso calibre llegan a la opinión mayoritaria cual si fueran dogmas de fe?