La primera reunión formal del Partido Socialista con Esquerra Republicana para abordar la investidura de Pedro Sánchez, ha terminado con el mismo ‘no’ final que inicialmente planteaban los republicanistas catalanes a la posibilidad de al menos facilitar la formación de un Gobierno en España. La aritmética del Congreso de los Diputados tras las elecciones del 10 de noviembre nos ha llevado como país a esta situación desdichada de que quienes, desde ERC, han desaprovechado cualquier oportunidad de contribuir al bienestar de los catalanes y resto de españoles en los últimos tiempos, vuelvan a tener la llave de la situación pese a haber sufrido un cierto retroceso de votos en la última convocatoria.

Se comprende perfectamente la reticencia de muchos dirigentes socialistas, y valga el ejemplo de Rodríguez Ibarra y su advertencia de abandonar el partido, a caer en la red negociadora de un Junqueras y un Gabriel Rufián instalados en un voluntarioso republicanismo -debatir el sistema nominal de Estado en estos momentos frente a los verdaderos problemas de España es una broma-, pero republicanismo a la hora de la verdad conservador y de derechas, abrazado por las clases medias, medias altas e incluso élites catalanas mucho más preocupadas por una nueva bandera que por la solidaridad social interna y la que obligadamente nos tenemos entre todos los españoles.

El relato de los últimos cuatro años en España es espeluznante en lo político y arranca desde la ya precaria victoria conseguida por el PP, 123 diputados en el Congreso, en diciembre de 2015. El panorama ya había cambiado por completo, al bipartidismo ya le habían salido Ciudadanos en la derecha y Podemos en la izquierda, y las investiduras, así como la gobernabilidad, empezaban a complicarse y señalaban el camino de un nuevo comportamiento político de los partidos, de responsabilidad y cesiones, pactos y acuerdos, que aún no se ha aprendido.

PODEMOS no facilitó en la primavera de 2016 lo que habría sido una salida, una colaboración amplia y de miras con PSOE y Ciudadanos para resetear el sistema, y nos fuimos a unas nuevas elecciones que al revés de lo ocurrido este año abonó el casillero de quien no había conseguido, y poco intentado, apoyos de investidura, de modo que Rajoy sacó 14 diputados más y condujo al PSOE a una crisis interna y a la acertada abstención de otoño para dejar gobernar.

Luego vinieron a mediados de 2017 las primarias socialistas ganadas por Sánchez, con la militancia queriendo renovar el partido, y al año siguiente la sentencia de la Gürtel que, junto al desgaste en el poder desde 2011, provocó una inmediata moción de censura por parte del PSOE exitosa el 1 de junio de 2018. Tras un amplio acuerdo programático con Unidas Podemos, que se plasmó en un proyecto de presupuestos estatales 2019, Esquerra Republicana de Catalunya, sí, de nuevo la teórica izquierda, pero realmente solo republicanista y catalana, se sumó de forma incomprensible y en solitario a un frente de derechas formado por PP, Ciudadanos, PdCat de Puigdemont, Coalición Canaria y Foro Asturias, que tumbó el proyecto de ley presupuestario y nos ha traído a esta situación.

No se pueden esperar por tanto más que lodos de esa formación, que muy probablemente seguirá en su locura perjudicial para catalanes y resto de españoles, y a la que ni PSOE ni Unidas Podemos deberían atarse en contraprestaciones diabólicas, por lo que solo cabe esperar un milagro en Barcelona, o el debate y responsabilidad en el PP que con bastantes traumas internos tuvieron los socialistas en 2016, para dejar formar gobierno y al día siguiente conversar sobre los grandes asuntos.

Un acto de fe en Esquerra, un ruego a las mentes de Génova, o las menos descartables ya, terceras elecciones.

* Periodista