XVxivimos en un mundo de irrealidades, no creo que puedan caberle dudas al respecto a nadie. Y da lo mismo que nos refiramos a grandes cuestiones de interés nacional o a las más prosaicas y de andar por casa de los habitantes de esta pequeña esquina de nuestro planeta llamada Extremadura. La suplantación de lo real por lo fantasioso, lo imaginario, es pan nuestro de cada día.

Todos hemos visto en fechas recientes, con mayor o menor dedicación, las últimas intervenciones ante la comisión encargada de investigar los atentados del 11 de marzo. Y me sigue llenando de asombro el empecinamiento de la gente del Partido Popular por hacer de lo accesorio lo fundamental. De lo insignificante lo primordial. Para el planchadísimo portavoz de los conservadores, por utilizar un término respetuoso, lo importante no parece ser que aquel día murieran casi doscientas personas, o que se analice si las actuaciones policiales estuvieron coordinadas y la información oficial fue veraz; lo importante es que varios miles de personas se reunieran en toda España en la víspera electoral en demanda de información y para protestar contra lo que ya era un manifiesto intento de engaño a la opinión pública. Eso, y sembrar dudas a base de insinuaciones, puntos suspensivos, susurros... Por cierto, que Cáceres debe ser una de las poquísimas ciudades de todo el país en la que aún no se han archivado las diligencias judiciales abiertas por los acontecimientos vividos el día anterior a las elecciones.

Pero, como decía, ese mundo de fantasías, en el que la realidad se ve suplantada por la ficción, no sólo se encuentra mientras se repasa la actualidad con letras mayúsculas. Se encuentra también en lo cotidiano, en lo que vivimos a diario casi sin darnos cuenta. Y las fechas éstas a las que nos aproximamos lo propician de forma insuperable. Estamos en Navidad , nos dicen los anuncios publicitarios, gástese usted todo su sueldo en inutilidades, hay que ser felices . Y la felicidad, a lo que parece, consiste en atiborrarse de langostinos, aunque sean congelados, beber como cosacos tras un largo período de abstinencia, comprar games boys para los niños, como premio a que sólo han suspendido siete de sus ocho asignaturas, regalar perfumes de nombres exóticos, etcétera, etcétera.

Ahora, a la obligatoria celebración de la Navidad se le han añadido algunos aditamentos que hacen de ella una fiesta aún más hortera de lo que ya lo venía siendo en los últimos años. A un servidor, ni siquiera de pequeño le ilusionaban los villancicos y las zambombas, pero entonces, al menos, las celebraciones tenían un aire propio, una cierta personalidad. En los nacimientos , por ejemplo, aparecían las figurillas en barro del pastor, de los corderitos, de cosas, en fin, que todos vemos, o veíamos, en nuestra tierra. Y que, en cierto modo, reproducían el ambiente en el que se situaba la leyenda que se pretendía representar. Pero ahora no, ahora somos mucho más modernos. En Cáceres sin ir más lejos, nadie nos gana a modernos. Merece la pena echar un vistazo a cierta glorieta en la que han puesto una fuente de muchos chorros (por cierto: un concejal dijo que era un mérito más para lograr no sé qué denominación para el año 2016).

El otro día no daba crédito a lo que veía: ¡Unos renos, o cosa parecida, sobre el césped, todos ellos muy blanquitos, se supone que por la nieve! ¡Me cachis en la mar! ¡Pero cuánto hace que no nieva en Cáceres! Y en cuanto a lo de los renos, que supongo yo muy abundantes en Finlandia o por ahí, ¿no habrá gato encerrado en ellos? Algo huele a podrido en Dinamarca...

*Profesor