TNtacer, ir a parar a un contenedor de basuras, agonizar, morir... El bebé de Barcelona aparecido muerto hace unos días en un contenedor no conocerá jamás la sonrisa de la Gioconda, ni leerá el Quijote ni Harry Potter, nunca escuchará a Mozart y no existirán para él ni los colores ni la luna. Su vida fue tan corta como la de las mariposas fugaces que nacen y a las veinticuatro horas agonizan. Una vida porque, al fin y al cabo, ha entrado en este mundo y sale con la creencia eterna de ángel fugaz de que el mundo es un fogonazo, que la vida es un resplandor ahogado por la tapa de un contenedor y los estertores del frío de la muerte. ¿Qué le importa toda la sabiduría acumulada por los hombres a lo largo de los siglos? El siglo, la memoria, la sabiduría y la historia son para el bebé de Barcelona un puñado de horas en la oscuridad con rumores lejanos incomprensibles, sin el aliento del amor materno, sin desplegar las alas de sus sentidos, sin saber que la cuchillada feroz que sentía en su estómago podía calmarse con un chorro de leche materna, un beso y una nana.

Al menos las mariposas fugaces pueden desplegar las alas y volar en un viaje hacia la cópula y dejar su huella en la Tierra, y sentir las caricias animales del deseo y ver las estrellas antes de morir libando el néctar de una orquídea. El ángel fugaz de Barcelona jamás conocerá el amor, ni saboreará el néctar del deseo, ni oirá hablar de Dios y para él las estrellas, el cielo, es la tapa de un contenedor en la que rebotan sus lloros.

Tampoco conocerá el odio ni las guerras, aunque haya sido una víctima de muchas, el resultado del miedo y el desamor. Angel fugaz que nos espera en el limbo de las mariposas.

*Dramaturgo