Mena era el segundo apellido de mi novio del instituto. Aún puedo cerrar los ojos y recordar cómo olía su cuello. Si cierro los ojos también puedo oler el aliento fétido de otro Mena con el que coincidí años después. Pero no vengo a hablarles aquí de mi agudo sentido del olfato, ni de los Mena de mi pasado. Quiero hablarles de los ‘mena’ porque seguro que, de unas semanas a esta parte, se han topado con esa palabreja que los líderes de la ultraderecha añeja, la moderna y la blanqueada nos cuelan en sus discursos y sus mensajes en redes sociales, y que los medios se encargan de repetir como buenos y leales altavoces de sus dueños. Sí, créanme, la he escuchado en una emisora de radio a la que «la derechita cobarde» tilde de progre --ellos y nosotros sabemos que roja no es-- y me he sobresaltado al leerla en los titulares de agencias como Efe o Europa Press o diarios con solera como ABC o La Vanguardia. Mueren menas cada dos por tres: aplastados por camiones, ahogados en el mar e incluso al ser inmovilizados en los centros de menores de, por ejemplo, Andalucía.

Suena a cosa, pero un mena es un niño. A poco que una hace una búsqueda en internet, puede descubrir que mena es el acrónimo de «menor extranjero no acompañado». Menas. Niños. Según datos de la Fiscalía, sólo en 2017 se registraron 6.414 menores no acompañados en España, menores tutelados por las Comunidades Autónomas. La mayoría llegó en pateras a nuestras costas, en los bajos de un coche o saltando las vallas de Ceuta y Melilla. Huyendo de la miseria que les regalan los que compran camisetas a un euro en la multinacional de moda. Y llegan a un país en el que un señor diputado, con voz y voto en el Congreso, los relaciona con inseguridad, con delincuencia. Incluso se atreve a decir que son avalancha, ¡avalancha cuando en Extremadura acogemos a 37 de ellos! Y el remate de esos discursos de odio (odio a niños, les recuerdo): Nos cuestan dinero y provocan problemas de convivencia. Y los medios, y muchos ciudadanos, compran ese discurso de odio y miedo. ¿Por qué? Porque es fácil, todo viene de esa palabra. Mena.

Cuando en lugar de niños y niñas pobres se habla de menas, lo que se está haciendo es despojarles de humanidad. Y es peor cuando al lado de la palabra mena se colocan sustantivos como terror, marginalidad, agresión o alerta.

Mena para nosotros es una palabra vacía. Mena es el truco de nuestra conciencia para no tener que digerir que estamos dándole una patada en el culo a un niño. Y no sólo a un niño. A niños víctimas de mafias, de violencia, que huyen de guerras, dictaduras y de hambrunas. Niños, como nuestros hijos, que recorren en soledad y desprotección cientos, miles de kilómetros. ¿Hay algo más vergonzoso e inmoral que eso? No. Por eso se les pone el nombre de una cosa. Un acrónimo. Un espejismo. Ah. Y déjense de esa frase cursi «buscando un futuro mejor» porque su preocupación es el presente. Y no creo que sea tan difícil hacerlo coincidir con el nuestro.

Mena. Mena, mejor que menor extranjero no acompañado porque así su dolor ni siquiera nos roza; porque es más fácil y cómodo. No se sorprendan cuando, en un país que se odia tanto como el nuestro, los abascales y espinosas de los monteros no duden en señalar a nuestros hijos como los próximos menas.

* Periodista.