Llega la Navidad, y ya saben, hacemos más grande la ventana para poder tirar por ella la casa a la calle con más facilidad. Nada de dejar que el dinero se escaquee por lo más profundo del bolsillo, hay que vigilar con lupa para que ni un solo céntimo se quede rezagado. Como hubiera dicho en este caso Bertolt Brecht : "Primero se llevó los billetes de quinientos euros, y no me importó; luego los de cincuenta, y me dio igual; después los de veinte, y tampoco me importó; más tarde las monedas de diez céntimos y tampoco le di importancia; posteriormente las monedas de cinco céntimos, y tampoco me importó. Siempre pasó de largo ante los bolsillos rotos de mi abrigo raído, pero nunca me importó, porque estoy acostumbrado". De gastar no se salva nadie, excepto los que no tienen un céntimo y por los que ya gastamos los demás, porque sólo en Navidad nos acordamos que existen. Compre tal producto y el diez por ciento de su compra irá destinado a tal o cual obra benéfica. Un festival de caridad, vamos.

Queramos o no, hágase la voluntad de la Navidad, para lo bueno y para lo malo, que de esto último también hay, no se crean, y si no que le pregunten a mi amigo Luisito Castro , que todos los años es testigo de cómo su mujer y su hermana montan el pollo --en vez del pavo-- la Nochebuena, como si no tuvieran todo el año para tirarse los trastos a la cabeza. La Navidad hay que vivirla, y punto, así lo dice la obstinada tradición, que es la que manda casi siempre, aunque haya aguafiestas que deambulan estos días por las gélidas calles de la ciudad regalando lamentos y depresiones ficticias --en vez de dar aguinaldos-- a los del gorrito de Papa Noel, que se plantan en los centros comerciales con la intención de hacerles la Pascua a los Reyes Magos. Recuerdo que cuando mi hija tenía seis o siete años se escamaba una barbaridad al ver a tanto Papá Noel en tantos sitios diferentes: "¿Cómo es posible que Papa Noel esté en tantos sitios a las vez?", me preguntaba. "Estos son sus ayudantes, hija, Papá Noel vendrá dentro de unos días montado en un trineo tirado por renos", le respondía yo, preguntándome si la niña se habría tragado la trola. Y es que la Navidad nos obliga a los padres a convertirnos en unos adorables mentirosos. De hecho, la Navidad es una gran mentira. ¿Pero hay en este mundo algo que sea verdad?

*Pintor