Millones de catalanes contemplamos con dolor cómo se están recortando nuestros derechos fundamentales más básicos: la libertad de circular, opinar, trabajar o estudiar se ve tremedamente limitada por el grueso de un movimiento que solo atiende a consignas y dogmas de fe, amplificadas y manipuladas a conveniencia por toda la maquinaria audiovisual del Govern, acercándose peligrosamente al autoritarismo. Nuestros dirigentes autonómicos mueven los hilos sin importarles los derechos de cualquiera que no piense como ellos. En una coreografía kafkiana, son los mismos encargados de mantener el orden y de apagar las llamas de un conflicto civil a punto de estallar. Mientras, la mitad de Cataluña no independentista ni abducida por TV3 aguanta insultos y amenazas, pero la paciencia tiene un límite, y si se pierde, el conflicto civil estará servido.