Esta semana comenzaba con un día festivo, 12 de octubre, un día en el que como viene siendo lo habitual y recomendable con la situación que estamos viviendo, haciendo frente y conviviendo con una pandemia, los actos de celebración fueron pequeños, austeros y reducidos, pero no por ello exentos del reconocimiento que merecen, me gustaría destacar, una vez más, la labor que los cuerpos y fuerzas de seguridad realizan, de sus dificultades, valentía y esfuerzo, aún más, y vuelvo a reiterar, en esta situación.

Un día para celebrar, conmemorar, incluso para descubrir y discutir los motivos de ellos, en una sociedad libre y democrática puede resultar un ejercicio de lo más útil y constructivo, es más, creo educar en el sostenimiento de forma seria diferentes posturas es uno de los primeros pasos para edificar sobre una sociedad a la que denominaremos madura, una generación sobre el conocimiento de la otra, no solo dará paso a la mejor de las superposiciones sino que el respeto entre ambas da el mutuo y continuo aprendizaje; pero supongo que esto es mucho divagar. Asisto casi a diario a discursos extemporáneos mezclando todo tipo de conceptos sin ningún pudor ni rubor: ¿un gobierno puede imponer la anarquía y un régimen autoritario al mismo tiempo? Quien lo afirmó lo hizo con el orgullo de ostentar responsabilidades de gobierno y absolutamente convencida de la lógica aplastante de lo expuesto. Si cree que esa posibilidad se puede dar: ¿a qué se atendría su ciudadanía? ¿Qué hacer? ¿Obedecer? ¿Libre albedrío? ¿Enloquecer?

Los debates rigurosos, las revisiones históricas fundadas pueden darse, deben darse, no es casualidad que se digan esta serie de sandeces sin que haya una mínima contestación, como si tal cosa, como si la ciudadanía fuese idiota, como si no se diese cuenta de nada, no se puede faltar al respeto deliberado de esa manera. Estaríamos equivocados si nos dejamos engañar o confundirla ideología con la estupidez, podemos mezclarlo todo a base de tópicos, de extremos y colores, pero el resultado solo podría ser peor de lo imaginado.

Las estatuas de Francisco Pizarro, Hernando de Soto y Pedro de Alvarado amanecían repletas de pintura roja exclamando masacre. A los términos dibujados se le sumó una fecha, 1942. No sé si quien lo hizo podría haberse fijado, al menos, en los ropajes que las esculturas vestían, profundizar, estudiar, indagar sobre las biografía o sobre lo sucedido en 1942 ni lo contemplo.

Evidentemente los actos vandálicos deben condenarse y deben recibir el reproche social.

Entre todas y todos construimos la sociedad que queremos, opinar diferente es la riqueza de la democracia, el conocimiento mutuo y el respeto que implica puede darnos los consensos que tanto necesitamos, la unidad que requiere la dificultad, si todo vale, los extremos se construyen sobre patrañas e ignorancia y la consecuencia es clara: poco edificaremos.