Me lo habían contado, y no daba crédito. Amigos míos que viajan por todo el mundo me lo dijeron y yo, tenía que comprobarlo. Me decían ilusionados que existía una tierra llamada Extremadura donde los sueños se hacían realidad y las promesas se cumplían. No pude resistirme y viajé a comprobarlo. Asombrado por las maravillas que describían mis amigos, organicé el viaje en mi avión privado, iba tan ilusionado que me sentía como Frodo viajando hacia la Tierra Media.

El viaje empezaba en una ciudad llamada Cáceres, aterricé en el aeropuerto internacional, donde cientos de aviones entraban y salían con dirección a otros países. Justo al llegar, y como consecuencia del viaje me sentí indispuesto. Pero todo estaba organizado, una ambulancia de un tal Tenorio, enseguida me cogió y me llevó a un gran hospital que en esa ciudad había, y enseguida fui atendido para continuar mi viaje. Pero antes, y como agradecimiento a esa ciudad, pude hacer compras en un gran centro comercial llamado El Corte Inglés, el cual dicen, sirvió para revitalizar y dar vida a esa gran ciudad allá por el año 2014.

Continué mi viaje por el norte de la provincia, viajé allí en un tren de altas prestaciones, puesto que la red ferroviaria de esta tierra en única. Y llegué a un lugar donde antiguamente se cultivaba el 80% del tabaco de España, y donde había una central nuclear, pues bien, eso se terminó y un tal Vara hizo un plan alternativo en esa zona que hizo que la población se multiplicara hasta por 10. Que tierra tan maravillosa

Ese tal Vara, una vez prometió ante notario 60 medidas para revitalizar esta tierra, y aunque no las cumplió fue capaz de hacerlo, y lo hizo con un tal Pedro Sánchez, que no se sabe cómo, se convirtió en presidente del Gobierno, y que dijo estar dispuesto a «romper cristales por Extremadura», y que aunque no rompió ninguno, esta parte de España se ha transformado en una tierra de fábula.

En esos tiempos un gobierno llamado socialista aplicó políticas increíbles. Prohibió la caza y eliminó los toros, fiestas y prácticas ancestrales y salvajes, que hacían de freno al futuro extremeño. Fruto de ello vinieron grandes inversiones, y donde había dehesa, ahora hay casinos, macro parques de ocio, zonas de recreo en los grandes embalses. Y nunca nadie se volvió a acordar de esos animales bravos que pastaban por lo campos y que unos señores con montera en la cabeza y trajes de luces eran capaces de hacerles frente, ni de esos ciervos, jabalíes, muflones gamos y otras especies que poblaban los montes extremeños.

Y continué mi viaje, maravillado cogí un tren llamado AVE y llegué a Badajoz, fue visto y no visto, y cuando llegué a esta parte de Extremadura, vi grandes plantaciones en una zona llamada Tierra de Barros, donde ese tal Vara hizo un plan de regadíos, que fue la envidia de toda España y de toda Europa, consiguiendo de esa tierra ser la huerta donde se abastecían a todos los habitantes del país, impresionantes campos verdes sembrados de todo tipo de productos, con explotaciones y maquinarias propias de una revolución agroindustrial única en el mundo. Y es que aquí los carburantes son más baratos que en el resto de España, puesto que ya no se pagan impuestos como el céntimo sanitario.

Que gran tierra, me sorprendo a cada paso, y a cada momento del viaje compruebo que las palabras de mis amigos se quedaban cortas. Se ve riqueza, prosperidad y futuro por donde quiera que paso, y todo ello gracias a ese tal Vara, que fue un visionario, y que hizo grandes planes de empleo para su derrotada gente, planes de financiación para autónomos que fomentaron la iniciativa privada, y todo ello de la mano de la Universidad de Extremadura, a la que dotó de grandes campus, y parques empresariales para que todos juntos encarasen el futuro de la tierra Media, digo de la tierra extremeña.

Y terminé mi viaje, y de vuelta a ese aeropuerto internacional de Cáceres que esos señores llamados socialistas un día soñaron, viajé en coche por la autovía de Badajoz a Cáceres, y en pocos minutos llegué a mi destino, y volví a casa maravillado y sorprendido por todo lo que había visto, y que asombrado contaré a mis nietos para que algún día ellos también lo sepan, que soñar no cuesta nada, que a base de promesas incumplidas como las de este señor Vara, también se puede creer en la realidad virtual, y lo peor de todo, que si en vez de haberlo prometido lo hubiera cumplido, y si hubiera hecho bien las cuentas, esto no sería un cuento.