Asistimos a un nuevo episodio del culebrón político del año: el juez ve indicios de delito en el presidente valenciano y puede que le siente en el banquillo frente a un jurado. Pero en lugar de, al menos, sonrojarse, nuestro hombre, más contento que ocho cuartos, como si en vez de considerarle un probable trincón el magistrado le hubiera canonizado, declara arcangélicamente ante sus huestes que sólo quedan unos ´escalonets´ para el triunfo. Rajoy calla y algunos populares -obviando ahora por cierto la tan cacareada presunción de inocencia- pasan de proclamar a los cuatro vientos que Camps se paga todas sus prendas, a señalar que no hay culpa si a cambio no se concedieron favores o incluso que el cohecho impropio es una cosilla insulsa que sólo lleva aparejada multa.

El PP aguanta sospechas, indicios e imputaciones quizá porque en el caso Bárcenas espera que prescriba y en el caso Camps -¿son el mismo, sujetos con correa?- intuye que a sus electores les importa un pito el presunto comportamiento laxo de los valencianos. Los de Rajoy denuncian en la fiscalía una diferente vara de medir y siguen explotando la conjura de los jueces y fiscales y escandalizándose ante Saiz , el espía cuyos agentes limpiaban algas en vez de combatir el mal olvidando que este sí ha dimitido. Mi hermano, que vive en Valencia, opina que Camps es demasiado pijo para ponerse trajes de Milano y demasiado listo para dejarse engañar por los chorizos aunque los quiera un huevo. Es verdad que yo no guardo las facturas de la ropa que me compro, pero no soy presidenta de nada y para nada creo que ser acusado de recibir trajes, zapatos o regalos varios sea una cuestión extraña y estrafalaria, como dice Camps. Puede que no sea un delito aceptar presentes, tampoco cazar o pescar, recuerden, pero es muy impresentable. Y las conductas impresentables requieren dimisiones ejemplares. En el PSOE algunos lo saben. Este PP todavía no se ha enterado, y bien que lo siento.