Cuando en septiembre de 2010 hablé por primera vez en mi blog de "nueva política", tras muchos meses de debatir sobre ello, seguramente tenía en la cabeza ideas algo diferentes a las que tengo ahora, pero siempre intentando responder a la pregunta ¿Para qué una nueva política? Primero, para volver a ilusionar a la ciudadanía respecto al sistema democrático --que, hasta que se demuestre lo contrario, es el menos malo de los conocidos--; y segundo, para resolver los problemas que impiden la consecución del bien común, de un mundo más justo.

Desde septiembre de 2008, cuando quiebra el gigante financiero Lehman Brothers, el mundo asume el comienzo de una crisis económica que ya había anunciado la alarma hipotecaria en verano de 2006. A partir de aquel momento, la economía invade el lenguaje de política y periodismo, consolidándose la idea que muchos ya tenían clara: no es posible una nueva política sin una nueva economía, el objetivo primordial de una nueva política debe ser construir una nueva economía.

Durante los primeros meses de la crisis, numerosos analistas apuestan por refundar el capitalismo, mientras los ciudadanos asisten atónitos a la parálisis de una clase política mundial que intenta apagar el fuego con gasolina, aplicando las mismas soluciones que han generado el problema. Comienza a hacerse evidente que existe una clase corporativa mundial perfectamente organizada para defender sus intereses, que le tiene tomada la medida a los líderes políticos --algunos también pertenecen a esa clase-- y que los gobiernos solo pueden seguir las consignas de lo que ya todo el mundo llama "mercados", y que no son otra cosa que personas de carne y hueso que han decidido seguir enriqueciéndose mientras los demás nos empobrecemos.

XEN LA LINEAx de lo que escribía hace dos semanas en este mismo espacio, el sistema económico mundial no ha llegado hasta nosotros por generación espontánea. Lo han diseñado personas con nombres y apellidos en un acto de voluntad política, de ideología pura y dura. Sus bases se asientan definitivamente en los acuerdos de Bretton Woods (julio 1944), dominados por EEUU, que tratan de paliar las graves consecuencias de dos guerras mundiales; se consolida el dogma del libre mercado y se crean el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

En los años ochenta, Ronald Reagan desde EEUU y Margaret Thatcher desde Reino Unido impulsan lo que hoy conocemos como neoliberalismo, en el que se basan todas las decisiones que se están tomando hoy (flexibilización del mercado laboral, privatizaciones, nula intervención del Estado en los ciclos económicos, etc.), y que, a la vista está, solo están empeorando la situación. El verdadero problema es que hay que pensar un nuevo modelo, es decir, que no es posible fijarse en sistemas previos para sustituir al actual: todos han demostrado tener fallas con potenciales consecuencias desastrosas.

El primer paso debería ser partir de un análisis objetivo y desprejuiciado. Por ejemplo, habría que poner encima de la mesa que un país como Japón empezó a crecer económicamente con una transferencia directa de rentas desde los dueños de las grandes corporaciones, a los que se les retiraron literalmente la mayor parte de sus activos, en una decisión que hoy se denominaría "comunista"; o que no fue el librecambismo, sino el proteccionismo, lo que ayudó a Alemania a superar sus problemas --sí, la Alemania que ahora nos impone lo contrario-- tras la II Guerra Mundial; o que un país como Tailandia fue "milagro económico" desde un modelo eminentemente rural donde se aplicó el principio "la tierra para quien la trabaja".

La buena noticia es que hay ideas en marcha. El austriaco Christian Felber , poco después de la caída de Lehman Brothers (31/10/08) firmó una declaración cuestionando el sistema capitalista, y en 2012 publicó 'La economía del bien común', como alternativa a los modelos conocidos. En España, los economistas Juan Torres y Vicenç Navarro y el diputado por IU Alberto Garzón publicaron en 2011 el libro 'Hay alternativas', donde también apuntan otro modelo. Hay soluciones para tener una nueva economía justa y equilibrada. Falta voluntad política que, además --y esto lo complica todo-- deberá ser internacional, plasmándose en algo parecido a Bretton Woods (en 2014 se cumplen setenta años) pero de signo bien distinto.