Tras cuatro años de parón se han reanudado las obras del nuevo hospital de Cáceres.

Lo están construyendo más allá del campus universitario, allí donde da la vuelta el aire. Sustituirá al céntrico hospital Virgen de la Montaña, que cerrará debido a su deterioro, y en buena parte al de San Pedro de Alcántara, que ha cumplido 60 años.

En el país de la excavadora nos gusta esto: demoler y construir de nueva planta, en lugar de mantener lo que tenemos. Como con el campus. Recuerdo la extraña impresión al conocer esas universidades norteamericanas (Princeton, Amherst, Middlebury) con sus facultades en estilo neogótico, remedando una antigüedad y tradición que no tienen.

Aquí, teniendo gótico del bueno, nos construyeron unas facultades de ladrillo y cemento, que en pocas décadas están ya que dan pena. La Biblioteca Central tiene goteras desde el principio. La Facultad de Derecho tiene grietas y yo he visto por sus aulas correr regueros de hormigas, escarabajos y un ciempiés de dos dedos de largo.

Hubier sido factible remodelar los edificios antiguos: las antiguas facultades de Magisterio y Derecho hubieran podido seguir funcionando y no hay falta de lugares en el casco histórico que podrían albergar a la de Letras. A quien estudia Historia o Filología le gusta un entorno que le recuerde el pasado, como tienen en Sevilla o Salamanca.

Los estudiantes seguirían en el centro y podrían en las horas libres hacer la compra, ver a los amigos, echar un vistazo a las librerías o pasarse por el piso a descansar. En lugar de eso, uno los ve sentados en la explanada fumando o charlando, como los jornaleros en paro de otros tiempos. Eso sí, gracias a los universitarios y la línea Campus, el autobús urbano es menos deficitario, y los profesores, muchos de los cuales viven en el R-66 o en Los Castellanos, tienen fácil aparcamiento.

Un amigo mío dice que una de las bases de la felicidad consiste en poder ir a pie al trabajo. Pero en Cáceres, como tenemos el término municipal más amplio de España, nos empeñamos en construir las cosas a las afueras, dejando que agonice el centro. Qué cómodo era acudir al hospital Virgen de la Montaña y qué barato habría sido mantenerlo en estado funcional. Cuando se inaugure el nuevo hospital, que ya ha costado 12 millones de euros (y los que quedan), la alcaldesa descubrirá una placa con su nombre, saldrá en una noticia a doble página y lo venderá como un logro de su mandato, aunque ponga el dinero la Junta.