La Consejería de Agricultura va a invertir casi cincuenta mil euros en un plan para corregir o reparar los hábitos nutricionales de nuestros pequeños con objeto de paliar la obesidad infantil proveyendo a las guarderías, colegios de Primaria e institutos de leche y productos lácteos que sustituyan a la perniciosa bollería industrial que los empozoña. Una propuesta beneficiosa se mire como se mire. Pero, a mi modo de ver, esta medida debería haberse suscitado desde la Consejería de Educación que es a la postre la que ha de custodiar, velar y salvaguardar la educación de los niños; y los hábitos nutricionales son un peldaño más en este gran edificio; de hecho uno de los temas transversales que los profesores hemos de tocar y transmitir, además de la tolerancia, la sexualidad, el respeto o el aseo personal, es el de los hábitos alimenticios e instar a sus progenitores que colaboren en este menester.

Todo teoría, la realidad es bien distinta. Son una minoría los que traen de casa un bocata o un sándwich, el resto que son una legión, se alimentan de bolsas o de bollería que además pueden comprar en el mismo centro y esto es lo más sangrante para nosotros, los profesores, comprando inermes que estamos predicando en el desierto.

Si queremos que nuestros hijos adquieran hábitos saludables en lo tocante a la alimentación ha de hacerse un esfuerzo por equiparar y dotar las cafeterías de los centros de enseñanza de cocinas donde puedan elaborarse bocadillos o alimentos que sustituyan a la omnipresente bollería. Atesoramos una de las mejores y más sanas dietas del mundo que estamos despilfarrando por no proporcionar unas instalaciones mínimas donde preparar alimentos atractivos, sanos y nutritivos y además a precios asequibles. Ahí es donde la Administración tiene la obligación de poner el acento si en verdad pretende erradicar la bollería industrial y de paso mitigar la obesidad infantil.

Juan C. López Santiago **

Jaraíz de la Vera