La tan cacareada ofensiva final contra los extremistas shiís en Nayaf, cualquiera que sea su resultado, será más un fracaso estratégico que una victoria militar. Porque el rencor antinorteamericano ganará adeptos en Irak y el mundo árabe ante la brutalidad de unas operaciones que se cobran víctimas indiscriminadas y amenazan el más importante santuario shií. Y porque no se trata de saber si las tropas de Estados Unidos son capaces de vencer a las huestes del imán Sadr, sino del destino final del proyecto de democracia en Irak, un objetivo mil veces proclamado que constituye el angosto y último reducto moral y estratégico del Gobierno de Bush.

En el intrincado escenario político, la ofensiva contra Nayaf, auspiciada por la CIA y por el primer ministro provisional iraquí, Alaui, tiene todos los ingredientes de una operación dirigida contra los shiís e indirectamente contra el régimen teocrático del vecino Irán. Una vez más, Washington olvida todas sus promesas de democracia y modernización, de neutralidad en la pugna política, para respaldar a una de las facciones, desprestigiar al Gobierno de concentración nacional y comprometer el futuro del país, abocado de nuevo a las miserias de la guerra convencional.