TCtuando uno tiene la responsabilidad de escribir una columna el día de Navidad, no puede o, mejor, no debe cometer el error de utilizar su página para un fin que no sea noble. En un día en el que parecen imperar los buenos deseos, no seré yo quien no me una al unánime anhelo de paz y prosperidad para todos. Dejaré la critica que generalmente acompaña mi "Vuelta a casa", aunque soy de los que piensan que una sociedad que somete a los críticos y suele castigar a los rebeldes, logra la tranquilidad en el momento presente pero pierde la esperanza y el futuro. No he sido nunca adulador ni he realizado una crítica tímida y jamás me he callado porque considerara que las cosas son así y así seguirán siendo. Es más, muchas veces me he comprometido en causas que de antemano sabía perdidas.

Cuentan que estaba un día el filósofo Diógenes cenando lentejas, cuando pasó a su lado Aristipo , otro filósofo que vivía de manera confortable adulando al rey. Dicen que Aristipo se dirigió a él y le dijo: "Si aprendieras a ser sumiso no tendrías que comer siempre esa bazofia de lentejas"; a lo que Diógenes respondió: "si tú hubieras aprendido a comer lentejas no tendrías que adular a todo el mundo". El pasado fin de semana, ya cargado de mensajes navideños, escuché uno que me llegó profundamente al corazón. Hablaba de los cartoneros, esa gente pobre que saca de entre la basura de los demás los papeles y cartones que pueden vender para reciclar y así conseguir llevar algo de alimentos a casa.

Alguien se había fijado en quienes encuentran su sustento en lo que los demás tiramos a la basura, ya que seguimos negándonos a hacer el "tremendo esfuerzo" de separar nuestros residuos antes de tirarlos. Ese alguien no es un conocido activista de ningún movimiento ecologista, ni un comunicador implicado en la educación ambiental de los ciudadanos, ese alguien es Francisco , un anónimo ciudadano si no le ponemos delante la palabra "Papa".

XSI,x el Papa Francisco hacía una llamada a todos y se fijaba en los cartoneros que existen en todos los países del mundo, incluidos los más pobres. Son gentes que buscan su sustento escarbando entre las basuras, compitiendo a veces con gaviotas, cigüeñas y otras aves que han abandonado sus antiguos hábitos alimenticios y se han acostumbrado a vivir a partir de los residuos que genera una parte de la sociedad.

A este Papa, que dice cosas que curiosamente sorprenden a la mayor parte de los ciudadanos, hemos de agradecerle este mensaje cargado de razón y de compromiso. No parece pedir mucho a los ciudadanos, solo que al menos seamos responsables con los residuos que generamos, con lo que tiramos, en definitiva. La Navidad suele ser el periodo del año en el que nuestra huella ecológica aumenta de manera exponencial, imbuidos en el mal llamado espíritu navideño que nos lleva a consumir, comprar, derrochar, e incluso gastar lo que posiblemente necesitaremos unos días después. Calles iluminadas con mil y una bombillas, supuestamente para incentivar el consumo, miles de bolsas, cajas y paquetes van a incrementar la última semana del año nuestro consumo y con él nuestra huella en el planeta.

Habrá quien en estas fechas pondrá en su casa el Arbol de Navidad, inservible en unos días si es un ejemplar vivo; quien arrancará musgos de nuestros campos, o cortará las ramas de los cada vez más escasos acebos silvestres de nuestras sierras. Y ahora, encima, la nueva costumbre de colocar bolas de muérdago, una planta hemiparasita, en las puertas de nuestra casa, compartiendo la superstición de que quien se besa debajo de una de estas bolas (kissing ball) encontrará la felicidad para siempre.

En fin, que he de terminar, y junto a mis mejores deseos les dejaré una anécdota sobre supersticiones protagonizada por el físico y premio Nobel Niels Bohr , al que nunca agradeceremos bastante su modelo atómico. Dicen que en una ocasión le cuestionaron al responsable de la teoría de los orbitales si él creía que las herraduras colocadas en las puertas de las casas daban suerte; Bohr respondió que de ninguna manera. Pero al preguntarle por qué él tenía una en la puerta de su casa, respondió: "Es que me han dicho que trae suerte incluso para los que no creen en ella".