TSteguro que todos nos hemos desayunado estos días con "la foto". Y por descontado que saben de qué hablo. Y si es que no, enhorabuena. Por alguna razón, han podido librarse de la incesante invasión mediática de la foto de marras. La imagen (magnífica, por otro lado) es la que muestra las espaldas de Pedro y Pablo (y viceversa) caminando en bucólica estampa hacia la sede de la soberanía nacional, nuestro Congreso. Tras un cándido intercambio, con regalo de libro sobre baloncesto incluido, (¡y encima se equivocaron en la elección!) emprendieron un relajado paseo de debate de (su) unión.

Esa escenificación, que por excesivamente natural tiene algo de teatral y medida, explica muy bien el estado de la política española. La trascendencia de los gestos, la elevación a sublime de lo que debiera ser obligación. Vivimos cualquier debate con la seguridad de que cada uno soltará su frase, la de elogio propio y ataque al otro. Contemplamos estupefactos como, van para tres meses, no sólo seguimos sin gobierno sino que nos obligan a asistir a juegos subterráneos y cortesanas intrigas que no van a ningún lado. La política española es la glorificación del ombligo.

A todo esto, España sigue siendo económica y demográficamente el quinto país en importancia de la Unión Europea. No muy por debajo del puesto décimo en la clasificación mundial de países en renta per cápita. Una potencia cultural y un destino turístico a nivel mundial. Desde luego, un país que cuenta.

Al menos, que debiera contar. Con un peso específico histórico detrás y siendo la cabeza de un idioma que es tercera lengua mundial, ¿creen que tiene reflejo real en nuestra política exterior? Ya saben la respuesta: el ombligo. España se desliza por el camino de la irrelevancia internacional, en organismos e instituciones y en nuestras relaciones bilaterales. Naturalmente, esto tiene un coste tremendo para el país, traducible incluso financieramente. Algo que viene pasando desde hace más de una década, con un gobierno de Zapatero que se dedicaba (precursor absoluto) a la política exterior de gestos, casi siempre sesgados ideológicamente y (curiosamente) más ofensivos para nuestros aliados que para los que no lo son. El gobierno de Rajoy no ha corregido en absoluto esta senda, y España ha continuado perdiendo fuerza a nivel internacional. Hasta el punto de que es complicado hablar de que nuestro país tiene una "voz" propia, más allá de su participación como país miembro de la UE. La falta de un acuerdo en una política tan decididamente de estado como es la exterior nos lastra.

Ejemplos hay muchos. En la crisis de los refugiados, uno de los grandes desafíos de Europa, España ni ha mostrado unión interna ni ha contado realmente en las decisiones de Bruselas. En el reparto de puestos en Europa, para qué hablar: la pérdida de importancia es conocida. Más lacerante es el abandono de nuestra posición en Latinoamérica. La región, en la que España es segunda potencia inversora sólo por detrás de Estados Unidos, no cuenta con una política exclusiva, que permita explotar el lazo histórico e idiomático y el ser puerta de entrada o unión entre Europa y América. Con La Habana, a diferencia de lo que ocurría en los 90, Madrid no tiene influencia ni interlocución alguna y asistimos a la apertura y final del embargo como los que fueron a ver a los Stones: meros espectadores. Privilegiados, quizás, pero espectadores.

¿Oyeron ustedes hablar de política exterior a algún candidato en las pasadas elecciones? El espacio dedicado fue mínimo, por no decir inexistente. Algo impensable en cualquier país de nuestro entorno, que saben lo que se juega cada uno en el cada vez interconectado mundo. Desconocer las consecuencias de perder el paso en política internacional, con las conexiones económicas existentes a nivel global, es cuando menos irresponsable.

La verdad es que esta posición no es exclusiva de estos agotadores meses de pactos semifrustrados para alcanzar gobierno. Pero se deja ver más: nuestros políticos miran continuamente su propio reflejo. Más preocupados de sillones y cuitas internas. Lo cual no debiera ser obstáculo para que en determinados temas claves se dejara el partidismo atrás y se estableciera un plan común en aquellas políticas que requieren una mirada estratégica, un posicionamiento que supere las cortas vistas de las legislaturas. Pero, claro, si discutimos por que aparezca una bandera en la firma de un pacto antiterrorista-lo dicho, doblados sobre sí mismos. Irrelevantes.