¿Pactos de reconstrucción o de la Moncloa? No lo veo, sinceramente. Mañana lunes se reúnen (por videoconferencia) Pedro Sánchez y Pablo Casado para abordar el ofrecimiento del gobierno de sellar un acuerdo que permita levantar el país cuando todo pase, pero las expectativas de entendimiento son tan remotas que no lo veo posible. Estoy en plan escéptico, soy consciente. Y con la que está cayendo era para agarrarme a cualquier atisbo de esperanza. Pero el clima de diálogo creado por el Ejecutivo al estilo de las lentejas, o las tomas o las dejas, deja poco margen de maniobra a un PP que quiere erigirse en protagonista de la negociación y lo que se le ofrece no es más que una silla a la mesa como a cualquier otro comensal. Es el momento de la lealtad, pero también del respeto al papel que ostenta cada cual. Y a la vista está que ni en un caso ni en el otro están a la altura de la circunstancias.

No me vale la cantinela del gobierno de que no se pueden criticar sus actuaciones porque, de algún modo, lo que se hace es meter el dedo en el ojo al patrón que tiene que llevar el barco y, en consecuencia, salvarnos. Máxime si es este patrón (y de paso sus socios) quienes están haciendo política con casi todo y aprovechando todos los resortes que le permite la comunicación oficial para lanzar sus consignas.

Opinar siempre es saludable y coartar la libertad de expresión, como ha sugerido el CIS en el planteamiento de su última encuesta, puede resultar una temeridad por mucha pandemia y muchos muertos que tengamos encima de la mesa. La democracia se refuerza cuanta más libertad existe. Y ahí la opinión, la crítica y la labor de los medios de comunicación son valores intrínsecos a una sociedad libre que tiene saber distinguir entre lo que resulta información veraz y mera propaganda.

Este gobierno la está pifiando en muchas cosas, a la vista está. Y ha acertado en otras tantas. Y no pasa nada por empezar a decirlo, tanto lo bueno como lo malo. Los ciudadanos serán quienes juzguen, los que sepan ver si hubo previsión y, más tarde, gestión para contrarrestar una crisis para la que ningún sistema sanitario estaba preparado. Ahí está el ejemplo de Italia, de Francia, de Reino Unido e incluso Estados Unidos o de Japón.

Lo cierto es que, llegados a este punto, o nos ponemos manos a la obra o la salida de la crisis va a ser más traumática que la de 2008, cuando el ladrillo se llevó por delante el sistema bancario y, con él, el bienestar y la estabilidad de la clase media que sostenía este país y que desgraciadamente acabó por arrastrar a la población más vulnerable.

Sánchez y Casado no tienen apenas relación y es de sobra conocido que cuando se producen contactos telefónicos duran escasos minutos y son, en exclusiva, para tratar nuevas prórrogas de los estados de alarma. De hecho esta semana está previsto que traten la cuestión a fin de que pueda ser votado en el Congreso de los Diputados un nuevo alargamiento del confinamiento de otras dos semanas como anunció ayer el propio presidente.

Pero no existe conexión o feeling. Los antecedentes tampoco han ayudado a fraguar un entendimiento cordial entre ambos desde la moción de censura a Rajoy y las dos convocatorias electorales posteriores. Sin embargo, en la gestión de una crisis de esta magnitud era lógico esperar que cambiaran los modos y las formas, pero no se ha apreciado un apoyo explícito del PP, preocupado por la ventaja que pueda sacarle Vox desde posiciones más radicales, ni un gesto de acercamiento del gobierno más que lo meramente necesario por los votos que posee en el Congreso.

No creo posible la tentación de algunos que están sugiriendo unos pactos de la Moncloa basados en los socios de la moción de censura, pero lo cierto es que el Ejecutivo de Sánchez lo tiene muy complicado con una mesa compuesta por un gobierno que parecen dos, unos partidos independentistas que solo esperan que todo esto acabe para hablar de lo suyo y un PP cuya sospecha de engaño y ‘trilerismo’ lo empeña todo. El único partido que parece haber atinado en su comportamiento es Ciudadanos. Bienvenidos a la senda de la razón.

Este país se merece salir de la crisis de la mejor manera. Y bien harían todos por entender que sin un pacto general va a resultar traumático, por no decir imposible. La que le viene encima a la gente es más importante que los réditos electorales de quienes están ahora al frente del poder y de aquellos otros que aspiran a conquistarlo. Aunque, visto lo visto, no lo parezca.