Más allá de la retórica contemporizadora de EEUU y de la UE, la propuesta hecha el domingo por el primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, para que vea la luz un Estado palestino contiene tantas condiciones y cautelas que es harto inviable. Ni los negociadores palestinos más posibilistas pueden aceptar unos términos que prevén, en la práctica, la creación de un Estado palestino con la soberanía recortada, sujeto a los intercambios de territorio obligados por el crecimiento sin pausa de los asentamientos cisjordanos y tan alejado de la oferta de la Liga Arabe del 2002 que es imposible imaginar un pronunciamiento remotamente favorable de la organización. Más bien cabe esperar el reforzamiento en el bando palestino de las voces más extremistas --Hamás, la Yihad Islámica--, cuya prédica sale reforzada del envite y en condiciones de sacar el máximo partido del sentimiento de frustración. Desde la firma de los acuerdos de Oslo, hace 16 años, los líderes palestinos han tendido a sobrevalorar sus fuerzas, pero es inimaginable un equipo más moderado que el de Mahmud Abás y, por la misma razón, en mayores dificultades para seguir por la senda del diálogo si de verdad la Casa Blanca y la UE creen que las palabras de Netanyahu son un buen punto de partida.