Mientras entra una gélida primavera, se acerca la Semana Santa y un alumno en un examen contesta que la Celestina es una obra celestinesca, la actualidad sigue su curso. El PP asegura que los presupuestos se aprobarán, pero el PNV objeta que con el 155, no. La escuela de Buen Gobierno del PSOE constata que nadie ha cosido los rotos. Ni González, ni Rubalcaba, ni Puig ni Fernández ni Díaz han aparecido. Solana ha ido para reñir y ser reñido por Vara, y otros han clamado por la unidad. España sigue huérfana de una izquierda sensata, Ciudadanos, con sus contradicciones y oportunismo, amenaza con merendarse al PP, y este manifiesta en cuestiones esenciales menos sentido de estado que ansiedad por los votos perdidos. Así, en la última manifestación de Sociedad Civil Catalana, la ministra Montserrat volvió a arremeter contra el partido vencedor.

A todo esto, como algunos muchachos que creen que sin asistir a clase ni atender ni estudiar, tienen alguna posibilidad de aprobar, ciertos exdirigentes catalanes huidos continúan en su universo paralelo y confunden esporádicas visitas al paraíso finés o suizo con el reconocimiento internacional. Y los que permanecen en Cataluña, aprovechándose de la democracia a la que atacan, habitan el suyo propio mientras recurren a un nuevo Jordi para otra investidura fantasma.

Habituados ya a la cómoda realidad virtual en la que viven, donde no precisan tomar decisiones en la ingrata labor de gobierno, los secesionistas se han instalado en ella, y convocan y desconvocan reuniones y plenos de nula utilidad, pero cobrando.

Y en Madrid, lo que protagonizado por un gobierno local de color diferente al morado, hubiera suscitado críticas feroces, se esconde con rancios ataques al capitalismo y se minimiza el hecho gravísimo de que responsables municipales y cargos públicos utilizaran, estos sí, el dolor ajeno de modo sectario, incendiaran las redes y contribuyeran así a los disturbios vandálicos. De modo que el amable lector me permitirá que concluya mi desahogo con una expresión irrespetuosa pero definitiva:

¡Menuda tropa!