No sé si a ustedes les da la misma sensación que a mí de que este país (y quizá Europa) va adquiriendo un cierto parecido a la historia del Titanic: un gran barco que emprendió un viaje colosal, quizá demasiado ambicioso, que tropezó contra un obstáculo inesperado y que, de repente, empezó a hacer aguas irremediablemente y, mientras todos los pasajeros veían llegar su final, la orquesta seguía tocando. La verdad es que me gustaría ser algo más optimista pero no resulta fácil si uno mira a su alrededor con cierta objetividad.

La crisis económica que hizo emerger una crisis política larvada (en España y en Europa) comenzó hace ya nada menos que seis años. La política se mostró desde el principio inoperante para embridar a la economía, convertida en instrumento de poder ilimitado por parte de las élites financieras y, sin embargo, ¿qué reformas políticas de calado se han llevado a cabo para tratar de cambiar el rumbo del barco a la deriva?, ¿cuántas, en nada menos que seis años? Debe ser realmente difícil de explicar a los ciudadanos, por parte de quienes durante este tiempo han tenido responsabilidades políticas que... ninguna, que no se ha hecho absolutamente ninguna reforma de calado.

Se cuestionó durante los primeros meses de la crisis la viabilidad del actual sistema capitalista completamente desregulado, pero nadie con poder para cambiarlo ha tomado ni una sola medida en esa dirección. Los partidos políticos no supieron ver lo que muchos militantes y simpatizantes avisamos hace años, y es que su modelo estaba agotado; en España, en 2011 (cuatro años después del comienzo de la crisis), el 15-M fue un puñetazo encima de la mesa, pero han pasado otros dos años y... ¿qué reformas internas han hecho los partidos? ¡Ninguna! La corrupción campa a sus anchas por el país, desde la misma Monarquía hasta las más modestas cañerías de algunos ayuntamientos y, ¿quién hay en la cárcel, qué decisiones se han llevado a cabo para ponerle coto en el futuro, quién ha devuelto algún euro de lo robado, quién da alguna explicación? Seis años...

XMARIANOx Rajoy Brey , el presidente del Gobierno y del Partido Popular, lleva trabajando en política desde 1981, nada menos que 32 años, desde que tiene 26. Alfredo Pérez Rubalcaba , el secretario general del principal partido de la oposición, el PSOE, lleva trabajando en política desde 1982, hace 31 años, desde que tiene 31. Son los perfectos representantes de la decadencia de un sistema político que, si no cambia con urgencia --extrema urgencia, ya-- se convertirá en la decadencia de un país.

El régimen del 78, como se viene llamando hace ya algún tiempo, ha terminado. El pacto entre los reformistas del franquismo y los demócratas ha dado de sí hasta aquí. La legitimidad de la Monarquía debe ser renovada o rechazada, pero desde luego puesta en manos de la ciudadanía. El pacto de la Constitución debe ser devuelto al pueblo, único poder constitucional originario, y no mantenerlo guardado bajo las siete llaves de las élites políticas que lo acordaron hace 33 años, con la presión insoportable de los restos del franquismo, el terrorismo, la amenaza militar y una sociedad eminentemente atemorizada. Los partidos políticos y los sindicatos --en el mismo periodo que ha habido tres Papas en Roma, hemos conocido solo un Secretario General de UGT-- dejarán de tener sentido a medio plazo si no asumen un relevo casi completo de todas sus direcciones y una severa transformación en su funcionamiento.

La percepción mayoritaria de la ciudadanía es que no existe confianza alguna en las dos grandes fuerzas políticas --que sufrirán graves castigos electorales próximos--, y que ninguna de las demás tiene un proyecto de país alternativo y viable, aunque tiendan a recoger los votos perdidos de las anteriores. Mientras, cada vez hay más españoles sin trabajo, más jóvenes sin esperanza y un futuro plagado de incertidumbre en el que casi todos damos por hecho que viviremos peor que nuestros padres.

Por suerte, no estamos aún seguros de tener ese agujero irreversible en el casco del buque; la orquesta puede seguir tocando, pero el pasaje quizá debería preguntarse qué es todo lo que puede hacer antes de que quienes llevan el timón cometan el último error fatal.