Hay tres cosas que se me resisten en las clases de Ética y Ciudadanía de Bachillerato. La primera es que los alumnos dejen de guiarse por lo que «se cuenta» en las redes. La segunda es que se avengan a dialogar -y no a competir como en un torneo de retórica o una trifulca en Twitter- sobre asuntos sensibles (¿Para qué, profe? ¡No nos vamos a poner nunca de acuerdo!). Y la tercera es que no utilicen argumentos falaces, como generalizar a partir de un caso particular («Pues yo conozco a uno que...»), apelar a las emociones («Pues si es a tu hijo a quien matan...») o descalificar a priori al que opina («Es que tú no eres de aquí, o no eres mujer, o eres un facha...»).

Estas tres cosas volvieron a ocurrir el otro día, cuando algunos alumnos plantearon debatir sobre el «problema de la inmigración». En cuanto les pregunté por qué les parecía que la inmigración era un problema, empezaron... los verdaderos problemas.

La mayoría de los que opinaban pensaban que cada vez llegan más inmigrantes a disfrutar de recursos y empleos que «tendrían que ser para los españoles». «Como los empresarios les pagan muy poco, prefieren darles el trabajo a ellos» -comentó alguien-. «Les regalan pisos y un montón de cosas, y a la gente necesitada de aquí, nada» -dijo otro-. «Vienen a darse quimioterapia en los hospitales, y a nuestros parientes con cáncer los relegan en las listas de espera» -dijeron un par de alumnos-. Cuando les pregunté por el origen de todos estos «datos», los pocos que contestaron acudieron a un impreciso «lo he oído decir», o, en algún caso, a la experiencia personal...

Desacreditar chismorreos y desvelar falacias es un trabajo lento, pero fácil. Para lo segundo basta con pensarlo un poco (una simple experiencia personal -por ejemplo, y por importante que le parezca a uno- no da para hacer ninguna generalización). Y para los chismes nada mejor que poner a los chicos a buscar información fiable (así, se dan cuenta de que el número de inmigrantes ha disminuido -no aumentado- en estos años, que el trabajo que «quitan» es el que no quieren hacer «los de aquí», que en lugar de «darle pisos» se les retiene en abarrotados Centros de Internamiento, y que el acceso a la sanidad aún les está parcialmente restringido).

Pero, más allá de todo esto, lo verdaderamente difícil es emprender (con ellos o con cualquiera) un diálogo consistente en torno al asunto. ¿Quiénes tienen derecho a qué y por qué? Si mantenemos el principio -por ejemplo- de que todos los seres humanos tienen los mismos derechos fundamentales, el primero de ellos a la vida (no digamos a una vida digna), ¿cómo impedir que los inmigrantes acudan a ganársela, o simplemente salvarla, allí donde puedan hacerlo? Si, en cambio, somos de una moral más bien pragmática, ¿no nos será enormemente útil que vengan a trabajar, cotizar y pagarnos la pensión -y la quimioterapia- a los envejecidos europeos (según el FMI haría falta más del doble de inmigrantes de los que hay ahora)? Y si somos liberales a ultranza, ¿qué justificación tenemos para cerrarle las puertas (del mercado) a todo aquel que (sea de donde sea) venga a ofertar su trabajo y su talento?...

Realmente, el único argumento que tienen los defensores del «los españoles (o quienes sean) primero» es la creencia de que ser de determinado lugar te da méritos o derechos (sobre todo si se es de un país rico) de los que carecen los que no han tenido la suerte de nacer allí. Esta creencia -raíz de todo nacionalismo- es tan visceral que, ante ella, solo cabe una respuesta igualmente emotiva. ¿Qué tal invitarles -a los que la mantienen- a hacer la ruta migratoria desde Mali o Somalia (o Siria, o Honduras...), cruzar desiertos, exponerse a ser violada o esclavizado, saltar alambradas de seis metros y atravesar el mar en patera? Seguro que es toda una experiencia. Y muy ‘nuestra’, además (¿se acuerdan de los trenes llenos de extremeños o andaluces camino de Alemania?). O, al menos, más barata y original que la de morir haciéndose selfies en la cima del Everest. «Patera Experience -podemos titularla-, un baño de dignidad para nuevos ricos». Y luego ya, si eso, seguimos hablando.

* Profesor de Filosofía